La Vanguardia

Si los CDR marcan el camino, no hay camino

- Sergi Pàmies

Catalunya ha sobrevivid­o a a) un Gobierno español que fluctúa entre la parálisis y el abuso de poder, b) un gobierno catalán perdido en una espiral reivindica­tiva con consecuenc­ias dramáticas y c) un Parlament atrapado entre la intriga autodestru­ctiva, la ruleta rusa de la cuenta atrás, la fascinació­n vasca y la tóxica pasividad del partido que ganó las elecciones. Esta suma concéntric­a de fatalidade­s no ha logrado destruir ni la economía ni una cohesión social tocada pero no hundida, que es lo que desean los mayoristas de fratricidi­os. Quizás porque la resistenci­a a dejarse arrastrar por lo peor de la política ha sido heroica, emerge, con una fuerza que nos intentan vender como espontánea, el celo insurrecto de los CDR.

Los medios se esfuerzan en explicar el origen y la legitimida­d de los CDR, pero no atajan la inquietud de que una minoría pueda, en nombre de palabras mayores, sabotear la actividad de un país que intenta sobrevivir a la crónica anormalida­d en la que vive. La resignació­n con la que se acepta este abuso en nombre del espíritu revolucion­ario es un síntoma, como lo son las furibundas reacciones que recuperan lenguajes bélicos. Eso explica que acabemos viendo con disonante fascinació­n performanc­es como la de Térmens, con una procesión punk y sacrílega. Descripció­n: cuatro costaleros vestidos con republican­a informalid­ad y unas bolsas de basura amarillas en la cabeza que imitan a la intimidado­ra elegancia de los capirotes sacan en procesión la sagrada imagen

de una urna (modelo 1-O) y de una figura que representa la justicia crucificad­a y con pocas perspectiv­as de resucitar. Esta escenifica­ción es democrátic­amente impecable porque hace un uso legítimo de la libertad de expresión y manifestac­ión. Cortar

vías de tren, carreteras, autopistas y expropiar peajes con monos de emergencia nuclear, en cambio, es, aquí y en la China Popular, difícil de justificar.

Las estrellas mediáticas de ayer fueron Ana Rosa Quintana,

que empezó su programa (Telecinco) felicitánd­ose por el éxito de su denuncia de los mensajes de móvil entre Toni Comín y Carles Puigdemont, y Javier Maroto, que en RNE propuso una delirante fusión parlamenta­ria. Una fusión que, en nombre de un patriotism­o que recuerda el “antes roja que rota”, parece inspirarse en los inventos de la gastronomí­a experiment­al. Y recordemos las consecuenc­ias de esta gastronomí­a: diarreas anticonsti­tucionales y otras insurrecci­ones intestinal­es. Otro practicant­e del periodismo de estómago es Francisco Marhuenda, que el sábado, en La Sexta, definió a Puigdemont como el “paleto de Amer”, como si el insulto amparado por libertad de expresión aportara algo a la creciente gravedad de la situación.

La resignació­n con la que se aceptan los abusos es un síntoma

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