Acabada la Semana Santa
En Catalunya, hoy muchas conversaciones giran en torno a si, de regreso a Barcelona, los que se fueron de vacaciones han tenido que pagar los peajes de la AP-7 o si se han librado gracias a los CDR. En Mallorca el tema de conversación es otro: en Llubí, las cofradías religiosas han decidido denunciar al Ayuntamiento por no haber asistido a ninguna de las procesiones que han organizado estos días sacros, para conmemorar la muerte y la resurrección de Jesús.
Llubí es una población del Pla mallorquín. Desde las últimas elecciones, la alcaldesa es Magdalena Perelló, de Més per Mallorca, una coalición que propugna la igualdad social, la sostenibilidad medioambiental, la preservación del territorio... En Llubí hay cuatro cofradías. Al unísono, todas ellas consideran que, independientemente de las ideas religiosas que tengan, los representantes del Ayuntamiento deberían haber estado presentes en las procesiones. Dicen que es una falta de respeto hacia los que las organizan. Y se apresuran a aclarar que la parroquia no tiene ningún tipo de participación en los preparativos. No pasa lo mismo en poblaciones próximas
La maría que fuman los que creen que este Estado es aconfesional es de primera calidad
–Sineu, Sa Pobla o Santa Margalida–, donde en las procesiones de Pascua intervienen los ayuntamientos y, precisamente por eso (porque el Consistorio paga una pasta), siempre asiste como mínimo un representante municipal.
Además de producir unas alcaparras buenísimas, de las mejores que un servidor haya comido, Llubí tiene a Tomeu Penya como punto final de la procesión del Jueves Santo. Desde hace un par de años, cuando se acaba, dentro de la iglesia parroquial Penya interpreta algunas piezas, entre las cuales el padrenuestro de la Hora Santa. Lo hace por amistad con Tòfol Rosselló, promotor de una de las cofradías, la del Sant Crist de la Salut i del Remei. La polémica, en principio local, se inscribe en el actual debate sobre si un Estado supuestamente aconfesional tiene que demostrar su confesionalidad de forma tan descarada. Esta Pascua hemos visto las banderas españolas a media asta en los edificios del Gobierno español, militares o no, los desfiles de legionarios cargando cristos en los hombros y los ministros Méndez de Vigo, Catalá y Zoido cantando encendidamente aquello tan bonito de “Soy un novio de la muerte / que va a unirse en lazo fuerte / con tal leal compañera”. Un año más, uno de los católicos más enfadados con todas esas muestras de nacionalcatolicismo ha sido Luís Rodríguez Patiño, el cura de Xestoso, en Galicia, que ha explicado que ver a los legionarios con los fusiles a punto y cargando la imagen del Cristo yacente es una “blasfemia” y una “aberración”.
Los que creen que este Estado en el que vivimos es aconfesional porque lo dice un pliego de papeles titulado Constitución Española todavía no han entendido que este pliego de papeles se interpreta siempre a voluntad exclusiva de los que se otorgan su usufructo, y que por eso mismo quien pretende escapar de él está indefectiblemente condenado a la prisión o el exilio.