La Vanguardia

Capuchas

- Pilar Rahola

En esta realidad vitriólica que sufrimos, las verdades y las mentiras se mezclan sin solución, inmersos como estamos en la pura propaganda. Convertida la realidad en un campo de batalla, donde no hay razones, sino dardos, ni interlocut­ores, sino enemigos, todo lo que pasa se ve con los ojos del combate, y no con la mirada de la política. Es así como hay extraños compañeros de cama y en las horas más bajas de la independen­cia informativ­a, diarios en los extremos ideológico­s, se dan de la mano para demonizar, al mismo tiempo, a la televisión pública de Catalunya.

Han salido de cacería y la pieza mayor es TV3, aunque lo que hay detrás es la voluntad de imponer el pensamient­o único sobre el conflicto catalán, tapar las voces disidentes e impedir la reflexión crítica. Han decapitado el liderazgo político y social, y ahora intentan decapitar la opinión que no está bajo control del 155. Si alguna cosa da pena en estos días oscuros, es el papel policial que han asumido algunos colegas del periodismo, una especie de delación ideológica que tendría que avergonzar aquellos que, en otros tiempos, habían alzado banderas progresist­as.

Y si TV3 es la pieza periodísti­ca para

Decapitado el liderazgo político y social, ahora atacan la opinión que no está bajo control del 155

abatir, los CDR son el objetivo social, ahora que l’ANC ha sufrido una severa represión, presidente en la cárcel incluido. Este movimiento ciudadano transversa­l, espontáneo y acéfalo, nacido a raíz de la represión del uno de octubre, está sufriendo un asedio político y periodísti­co que intenta convertirl­os en una especie de ariete violento, un homólogo a la catalana de la kale borroka vasca. De hecho, el intento de construir un relato violento del independen­tismo, con el fin de sostener las severas acusacione­s judiciales contra todo el movimiento, se está construyen­do de manera persistent­e y minuciosa, y sólo faltaba la pieza de la violencia de calle, para sostener la tesis entera. Es injusto y malvado que gente de todas las edades y condicione­s, que se reunen en pueblos y en barriadas, con el fin de hacer actos de protesta cívica y pacífica (sin ir más lejos, las cruces de denuncia que estos días se han podido ver en playas del Empordà), sean tildados de comandos de violencia urbana. Es el relato que interesa al Estado, es el que sostienen los medios afines y es el que acompaña la causa penal. Pero es un relato tan interesado como falso.

Con todo, no es descartabl­e el riesgo de radicaliza­ción de algún sector, sobre todo si la represión aumenta, y este es un riesgo que iría en contra del carácter pacífico del movimiento catalán y haría un daño severo a todo el país. Hay que cortarlo de raíz. En este sentido, no creo que ir encapuchad­os a levantar barreras, o cortar indiscrimi­nadamente autopistas, sea la mejor manera de demostrar el civismo de los CDR. Sino al contrario, abona el imaginario violento.

No lo olvidemos: la causa catalana es cívica y es pacífica, o no es.

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