El camino hacia la nada
Primero fue poner en duda las bondades de la transición política; ahora toca minusvalorar la España de las autonomías, al considerarlas un planteamiento territorial caduco, ineficiente y engañoso; y, sin pausa, se está intentando poner en marcha una campaña de desprestigio para contrarrestar los aspectos positivos que ha traído la Unión Europea. Con una velocidad de vértigo, en menos de diez años, una parte de la sociedad española, y Catalunya no es una excepción, ha roto el espejo donde se reflejaba al no salir favorecida, o simplemente porque no se veía en él, por mucho que se buscara.
El desencanto de una parte de la sociedad española hacia la clase política por el modo en que se ha afrontado la crisis financiera
y la corrupción estructural ha favorecido una lectura crítica y acusatoria hacia la generación que orquestó la transición española. Los críticos de la España de las autonomías plantean que es mejor eliminarlas, argumentando que son un mero decorado de cartón piedra para hacer ver que se gobierna un territorio, cuando lo que se hace es pura pantomima política. Una visión negativa del desarrollo territorial que, paradójicamente, tiene tanto el independentismo radical como del antiindependentismo radical, coincidiendo en el diagnóstico. Los primeros consideran que el fracaso del procesismo ha dejado un aspecto positivo, al revelar a la ciudadanía que la autonomía no era más que una farsa que se ha alargado innecesariamente; los antiindependentistas radicales consideran que la España de las autonomías debe
acabar pues solo ha traído duplicidad de funciones y tensiones territoriales que hacen imperativo acabar con la España diversa.
Parece que se abre en la política española paso un camino hacia la nada y hacia la negación de lo conseguido. Un proceso que conduce irremediablemente a consolidar una visión política desorientadora y radical. La bandera que se pretende enarbolar es euroescéptica, en el mejor de los casos, y antieuropea en su peor versión. En el ánimo de muchos ciudadanos empieza a aflorar una Unión Europea expoliadora de oportunidades, de libertades y de territorios. Se trata de poner en marcha una catarsis que libere todas las pulsaciones negativas, un proceso de destrucción de lo construido en beneficio de dejar un solar vacío en el que nada se pueda edificar.