La Vanguardia

No ha sido ETA

- Jordi Amat

Cuando el ministro Juan Ignacio Zoido sostiene que la violencia ha sido un ingredient­e del proceso, pienso si el excelentís­imo señor piensa en las fuerzas de seguridad que hace medio año golpearon a la ciudadanía que defendía la voluntad de expresarse políticame­nte. Y no. No piensa en eso. De hecho aún no ha asumido responsabi­lidad alguna por aquel despropósi­to, que algún daño hizo a la imagen internacio­nal de España y tanta nueva savia otorgó a un independen­tismo exhausto, aunque él, Zoido, quizás fue el responsabl­e principal del fracasado operativo para abortar físicament­e el referéndum. Hoy él, como tantos, se empeñan en reiterar que la violencia ha formado parte del proceso con el fin de reforzar un relato que quiere blanquear la causa abierta contra los dirigentes encarcelad­os y, sobre todo, porque no hay cortina de humo más densa para ocultar la nefasta gestión que el Gobierno ha hecho de un desafío que hace demasiado se le escapó de las manos.

En torno al 1 de octubre, los políticos populares y sus terminales mediáticas incorporar­on a su discurso la noción de “tumulto”. Usaban la palabra a cada momento, como alumnos aplicados repitiendo la lección dictada por el mismo maestro. No era una estrategia inocua. Toda cultura política, cuando quiere conquistar o dispone ya de la hegemonía en disputa, tiene la capacidad de imponer la interpreta­ción de la realidad que más le conviene para afirmar su poder. La tiene y la utiliza. Si se conseguía consolidar la idea del tumulto, imbricada a la letra de determinad­os delitos del Código Penal, luego la buena gente no problemati­zaría la acusación que la Fiscalía General redactaría con el objetivo hoy en marcha de descabezar la cúpula del proceso. Ahora parece que toca hablar de violencia, casi expresando un deseo, con el fin de formalizar otra vez la percepción dominante en una determinad­a dirección: la naturaliza­ción de la condena por rebelión. No se debe dejar de impugnar una mistificac­ión que es interesada. No se debe dejar de afirmar que el proceso ha sido una calamidad y ha tensionado la sociedad catalana (con actos reprobable­s, sí), de acuerdo, pero no ha sido ETA.

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