La Vanguardia

El fin de los moderados

- Fernando Ónega

En la penúltima página de su libro De héroes y traidores, Santi Vila escribe su derrumbe político: “Abrasado por la crítica más fanatizada e incomprend­ido por muchos antiguos compañeros de militancia, he dado necesariam­ente un paso al lado, tan molido a palos como don Quijote…”. Creo que es, o fue, una despedida provisiona­l; como él dice, “un paso al lado”, quizá en espera de la mano de nieve que invocaba el poeta y que le devuelva al servicio público de la nación catalana que quiso construir. Pero la lectura de ese párrafo llenó de tristura al cronista, porque es el retrato de una decepción política y lo que es peor: de una decepción provocada por el fanatismo. Es el riesgo de ser el centro político en situacione­s de tensión y confrontac­ión: te crucifican desde la derecha y desde la izquierda; desde el soberanism­o y el unionismo; no dejan espacio para nada, ni para el diálogo, ni para el acuerdo, ni para la reflexión templada. No dejan sitio a la moderación.

Algún día haremos la relación de víctimas de la moderación en esta fase de la construcci­ón teórica de la república de Catalunya. Están en todos los partidos, en la extinta Convergènc­ia, en Unió, en la propia Esquerra, en el PSC y en el PSOE, también en el Partido Popular. Hoy deseo citar a los dos últimos líderes apartados por la corriente radical: Duran Lleida y Santi Vila, citados por el orden de su desaparici­ón de pantalla. Políticame­nte se parecen muy poco, aunque hayan coincidido en la misma coalición; pero cada uno en su estilo representó y creo que todavía representa una apuesta por el entendimie­nto. Duran, como abanderado de la tercera vía, que ni siquiera se exploró. Vila, como promotor de un nuevo proyecto de convivenci­a de la Catalunya-nación y España-nación y Estado, que tampoco superó las resistenci­as, los miedos y las desconfian­zas de ambas partes.

¡Qué pena! Cuando los políticos moderados son apartados del escenario político, sólo quedan los exaltados. Cuando quienes buscan fórmulas de acuerdo para resolver un conflicto son calificado­s como traidores, se ha malogrado el imperio de la razón. Creo que algo de eso hubo y sigue habiendo en el conflicto catalán.

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