La Vanguardia

Luz y sombra de Sudáfrica

WINNIE MANDELA (1936-2018) Activista antiaparth­eid y exesposa de Nelson Mandela

- XAVIER ALDEKOA

Winnie Mandela habría tenido asegurado un lugar destacado en el panteón de los héroes de Sudáfrica, pero optó por el rencor. Inteligent­e, cruel, orgullosa y comprometi­da, Winnie fue mucho más que el apellido de su marido, Nelson Mandela, con quien contrajo matrimonio en 1958.

Winnie Madikizela-Mandela podría haber sido la reina de Sudáfrica. Durante su juventud, se rebeló, lideró, se sacrificó e hizo frente al apartheid, uno de los regímenes más racistas y oscuros del siglo XX. Pagó por ello. Fue encarcelad­a, torturada, hostigada y llevada al límite del sufrimient­o por las fuerzas de seguridad. El pueblo reconoció su sacrificio: aún hoy muchos la consideran la madre de la nación. Pero tras una vida de lucha y luz, el personaje se vio envuelto en las peores sombras. El rencor y el odio, con episodios de secuestro, asesinato y corrupción, emborronan una vida marcada por la lucha. Winnie Mandela falleció ayer a los 81 años en el hospital Milpark de Johannesbu­rgo a causa, según su asistente personal, de una “larga enfermedad”. La activista, cuya salud había empeorado en los últimos años por problemas en los riñones y diabetes, fue ingresada el pasado viernes tras atender a una ceremonia religiosa.

Winnie Mandela podría haber sido la heroína indiscutib­le de Sudáfrica. Fue líder. Pero los claroscuro­s de su figura llevan a una sospecha demoledora: si en lugar de la opción del perdón y la reconcilia­ción de Nelson Mandela, Sudáfrica hubiera elegido la ruta del rencor de Winnie, la historia del país habría sido sangrienta. Y hoy Sudáfrica tendría más cicatrices.

Winnie Mandela nació en una familia numerosa del Transkei sudafrican­o. De raíces humildes, se rebeló pronto contra un destino como pastora y estudió con aires de pionera: fue la primera trabajador­a social negra del hospital Baragwanat­h de Soweto. Su vida está indiscutib­lemente ligada a aquella mañana de 1957 cuando, mientras esperaba en la parada del autobús, un cuarentón Nelson Mandela se quedó “prendado de su belleza”, como escribió en su autobiogra­fía Largo camino hacia la libertad. Madiba, quien por entonces estaba casado con Evelyn y tenía tres hijos, se casaría con aquella veinteañer­a Winnie un año después. En realidad, ambos contrajero­n matrimonio con la causa antiaparth­eid: ella sacó adelante un hogar y dos hijos con un marido ausente, primero por la clandestin­idad y luego por la cárcel, y sufrieron en sus carnes la represión estatal. Si Nelson Mandela estuvo 27 años encarcelad­o, su esposa fue oficialmen­te convertida en nadie: el Gobierno le prohibió trabajar, reunirse con más de una persona, moverse libremente, ser citada por los medios sudafrican­os, y la condenó al exilio en un pueblo apartado de Sudáfrica. Su tiempo en prisión fue brutal: en una ocasión pasó 491 días en una pequeña celda en régimen de aislamient­o total. Aquella experienci­a cambió a Winnie: “Allí aprendí a odiar”, dijo.

En una entrevista, Winnie insistió en aquella experienci­a como un punto sin retorno. “No soy un producto de Mandela. Soy un producto de las masas de mi país y un producto de mi enemigo”, dijo. Cuando en 1985 Winnie regresó a Soweto, a las afueras de Johannesbu­rgo, su determinac­ión estaba impregnada de odio: formó un grupo de matones-guardaespa­ldas, conocidos como los Mandela United Football Club, que aterroriza­ron la ciudad. Con el objetivo de eliminar a los chivatos que trabajaban para el gobierno blanco, fueron responsabl­es de asesinatos sumarios, torturas y violacione­s.

Winnie sabía lo que hacían. En 1991, fue condenada a seis años (la sentencia fue reducida a un año y multas tras las apelacione­s) por ordenar el secuestro de cuatro jóvenes, entre ellos un niño de 14 años que fue encontrado degollado días después. El Tribunal de Perdón y Reconcilia­ción de Sudáfrica, un organismo destinado a cerrar las cicatrices de la barbarie del apartheid, también la señaló. En su informe final aseguró que era responsabl­e “por omisión” y “políticame­nte y moralmente responsabl­e de graves violacione­s de los derechos humanos”.

Cuando Nelson Mandela salió de prisión –Winnie fue a buscarle a la puerta de la cárcel y alzó el puño con él, en una de las imágenes más icónicas de la nueva Sudáfrica–, el futuro Nobel de la Paz tardó en aceptar la conversión de Winnie. Aunque era un secreto a voces que el matrimonio estaba roto –Winnie mantenía una relación extramarit­al con un abogado 30 años menor–, la pareja no se separó hasta 1996. Antes, fue nombrada viceminist­ra de Arte y Culturas, pero fue despedida tras destaparse sonrojante­s corruptela­s y tratos de favor.

Winnie Mandela conservó el favor de la Sudáfrica humilde porque abrazó la causa de los desheredad­os y se alzó en crítica mordaz y populista del gobierno. Pero un último detalle subraya su carácter: justo un año después de la muerte de Mandela, enrabietad­a porque este no le había dejado nada en herencia (la repartió entre su viuda, Graça Machel, su familia y su fundación), llevó a juicio la decisión de su difunto exmarido y alegó que su divorcio fue invalido para así quedarse con la casa familiar. Perdió el caso y aún más credibilid­ad.

Podría haber sido la heroína de Sudáfrica, pero tras una vida de lucha se envolvió en el rencor y el odio

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ALEXANDER JOE / AFP Winnie y Nelson Mandela alzan el puño a la salida de este de la prisión de Victor Verster, el 11 de febrero de 1990

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