La Vanguardia

Una librería sin bombas

- Lilian Neuman L. NEUMAN,novelista

APaco le afectaban ciertas y prematuras jugadas del destino. La muerte de Giorgio Faletti a una edad impropia, o que Mankell le hubiese condenado a Kurt Wallander a una enfermedad devastador­a a los sesenta años.

Todos conocimos a Paco muy joven. Aunque tuviese poco más de cincuenta años. Bajaba las imposibles escaleras de su increíble sótano de librería en busca del ejemplar que tenía en mente. Andaba activo y feliz por el primer encuentro de novela negra de Barcelona, en el 2005, ante la mirada sorprendid­a y feliz de otro que tuvo la mala idea de irse antes de tiempo, Thierry Jonquet. Nervio y curiosidad, atento e imaginativ­o, me encantaría echar un vistazo en algunos de sus enormes cuadernos en donde apuntaba todas las ideas del próximo BCNegra, despachaba y recibía en aquel escritorio chandleria­no desde donde lanzaba sus ideas, sus opiniones y sus preguntas.

Antes, en los setenta, había sido un joven activista valenciano que sufrió prisión. Entre el verano del 76 y diciembre del 77 unas quince librerías fueron bombardead­as en València. En aquel tiempo conoce a Manuel Vázquez Montalbán, quien años después, cuando abra con Montse la librería en Barcelona, le dirá “bueno, en esta no te pondrán una bomba”.

Fue un tipo de barrio. Con Montse fueron vecinos del Born, y allí la nieta de la Dioni –gran verdulera y mucho más– jugaba en su casa. Luego se fueron allí cerca, a la Barcelonet­a, donde los dos organizaro­n algo que nos permitió a todos, aficionado­s, grandes escritores, nuevos valores, algún vecino friki, visitantes de fuera, periodista­s y críticos encontrarn­os, conocernos, saber de los demás. En el 2005, Joan de Sagarra hablaba en la librería, puro en alto, de Jean Claude Izzo. No éramos muchos pero eso era un privilegio. En su escritorio se sentaron juntas Donna Leon y Alicia Giménez Bartlett, ante un público que no cabía y terminaba, como siempre ocurrió, ocupando la calle de la Sal.

José Martí Gómez supo sortear a un vecino activista que aprovechab­a el acto para quejarse de problemas del barrio. Ricardo Piglia hablaba del género negro como “un arco” que iba de un extremo a otro de la sociedad. Cristina Fernández Cubas solía sentarse, eleganteme­nte, en el cómodo sillón de la entrada (y cuando todavía ella fumaba se formaba una sugerente cortina de humo alrededor). Antonio Irturbe le dedica una acertada descripció­n en su novela Rectos torcidos.

De Paco y de Montse, del proyecto de ambos –la librería– se ha escrito mucho. Nunca he escrito sobre la paciencia que ambos tuvieron con mi perro alborotado­r que todavía, al pasar frente a la librería cerrada, quiere entrar.

Hoy mismo, el archivo y el fondo de Negra y Criminal es una base de datos al servicio de los que, una y otra vez sabíamos que teníamos a quién preguntarl­e por un libro perdido, por un título que se nos escapaba. Nos queda también su completo diccionari­o Sangre en los estantes. Desde el vecino despistado al erudito del género, el arco del género hoy pierde un poco de su vigor.

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