La Vanguardia

Prisión y exilio

- Josep Maria Ruiz Simon

Hace unas semanas se publicó en Italia Galera ed esilio (Ponte alle Grazie ed.), el segundo volumen de Storia di un comunista, la autobiogra­fía de Toni Negri. El volumen se centra en el periodo que va desde el encarcelam­iento del filósofo y líder del movimiento Autonomía Obrera el 7 de abril de 1979 hasta 1997, cuando volvió del exilio en Francia, donde había huido tras ser liberado como consecuenc­ia de su elección como diputado del Partido Radical. Negri, que finalmente fue condenado a 17 años de prisión por delitos menos graves, fue detenido durante la ofensiva antiterror­ista que marcó el fin de los años del plomo, acusado, entre otros crímenes, de insurrecci­ón armada contra los poderes del Estado.

En el libro, explica las vicisitude­s de su largo proceso judicial, marcado desde el inicio por lo que se conoció como el teorema de Calogero, por el nombre del juez que daba por demostrado que Autonomía Obrera y el grupo terrorista de las Brigadas Rojas eran la misma cosa o, cuando menos, tenían un proyecto estratégic­o común. La afición de los jueces por este tipo de teoremas que les ayudan a tejer las tramas de sus relatos es una vieja tradición europea. Como la tendencia de algunos ideólogos a confundir la realidad con el deseo y a promover estrategia­s insurrecci­onales que llevan a situacione­s peores que las que se pretendía combatir. La reflexión autocrític­a sobre esta última tendencia también interpreta un papel importante en Galera ed esilio, donde Negri recuerda su participac­ión en la invención de la figura jurídica de la disociació­n a través de dos textos publicados en la revista Il manifiesto en 1981 y 1982.

El concepto de disociació­n surgió de las meditacion­es en la prisión sobre el fracaso y la absurdidad de la lucha armada como vía revolucion­aria. Negri describió la figura del disociado como la de aquel que, sin renunciar a sus objetivos políticos, se desvincula­ba de los grupos que pretendían lograrlos de manera violenta. Y la propuso como una solución política al problema político que representa­ban para el Estado italiano los centenares de presos, prófugos, exiliados e imputados en libertad provisiona­l por causas relacionad­as con la insurrecci­ón.

Pocos años más tarde, una ley de 1987 la incorporó en el derecho penal italiano para regular el tratamient­o de los acusados o condenados por delitos terrorista­s o relacionad­os con la subversión del orden constituci­onal que renunciaba­n a la violencia. Esta ley describía la disociació­n como una situación a la que sólo podían acogerse durante el mes siguiente a su entrada en vigor y que se podía revertir si no se cumplían los requisitos fijados. Y otorgaba importante­s beneficios en cuanto a la libertad condiciona­l y a las penas, en el caso de que hubiera condena. La disociació­n es, aún hoy, una originalid­ad del derecho penal italiano. Pero forma parte del repertorio de soluciones posibles a los problemas políticos que se pueden llegar a plantear cuando se han perseguido objetivos políticos por vías que, sean o no sean violentas, presuntame­nte contradice­n el ordenamien­to jurídico.

Negri describe la figura del disociado como aquel que, sin renunciar a sus objetivos, se desvincula de la violencia

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