La Vanguardia

Costumbris­mo chulesco

- Joaquín Luna

Joaquín Luna explica a los jóvenes del siglo XXI que “es importante que la generación mejor preparada de la historia distinga entre un chuloputas, un chulopisci­nas o un chuloplaya­s y su propio padre, no sea que tenga dudas”.

Como padre divorciado, muero y mato con tal de endilgar a mi único hijo lecciones de vida imperecede­ras en los viajes, que por algo cuestan un riñón. De modo que como paterfamil­ias que soy, le instruí con solemnidad:

–Querido hijo, ¿ves este joven que me acaba de pedir fuego? ¡Es el clásico chulopisci­nas!

Es importante que la generación mejor preparada de la historia distinga entre un chuloputas, un chulopisci­nas o un chuloplaya­s y su propio padre, no sea que tenga dudas.

Hotel halal de Muscat, la capital de Omán. ¿Qué es un hotel halal? Eso me dije yo al reservar el cinco estrellas de tarifa amable. Ni sirven alcohol ni dejan fumar en espacios comunes, como en la piscina de la azotea desde donde, con el agua al cuello y suspendido, divisas la ciudad, tan cerca de Dubái y tan diferente.

Irrumpió el chulopisci­nas con su torso atlético y la cabeza rapada, atisbó el horizonte femenino –muy halal, por cierto– y se dirigió como una flecha a pedirme fuego pese a los letreros de prohibido fumar en la piscina.

Con total cobardía cívica y –no les negaré– ávida curiosidad, me apresuré a encenderle el pitillo. Un padre halal con sus dos hijos hizo una mueca reprobator­ia, y el encargado de la piscina se hizo el sueco. Al minuto apareció su chati, con gafas y bañador de chati de chulopisci­nas: se les veía encantados de conocerse.

–Hijo mío, ¡fíjate en este chulopisci­nas! Hace lo que le da la gana, tiene una novia cañón, huele a pasta y lo más seguro es que conduzca un Ferrari de vuelta a Dubái o Riad.

¡Qué lección le acababa de endilgar a mi hijo! ¡Si no me haces caso, terminarás como él!

Por la noche, me dispuse a darle

Hace lo que le da la gana, tiene una novia cañón y huele a pasta, si no me haces caso ¡terminarás como él!

otra lección muy preconstit­ucional: juega el Barça y, aunque no le gusta el fútbol, tiene que sacrificar­se, como su padre cuando era pequeñito.

Nos fuimos a ver el Sevilla-Barça al pub de un hotel no halal, de una cadena norteameri­cana mítica en los tiempos volcánicos de las convulsion­es en Nicaragua, Teherán o Estambul.

La flor y nata de la sociedad descarriad­a omaní estaba en el pub, donde servían alcohol, se fumaba en reservados y había unas señoras a las que, sin faltar, llamaremos putas, de físico muy parecido a las que cada noche pasean por la Rambla.

En cuanto me di la vuelta en la media parte, una de estas mujeres se acercó al chaval y le calentó los cascos de manera que en la segunda mitad, en lugar de aburrirse mientras yo veía el Barça, se fue a hablar con ella en el reservado para fumadores. ¿Messi? Ni Messi ni gaitas: ¿y si se le ocurre aceptar y soy el padre de un chuloputas, un chulopisci­nas o un chuloplaya­s?

El árbitro silbó el final, y apareció mi hijo, la sonrisa de picardía en los labios y la lección a punto:

–¿Te creías que me iba a ir con ella? Los hijos también dan lecciones.

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