La Vanguardia

Lenguarace­s

Las ráfagas de palabras del rapero ni matan ni siembran el terror; quien sí lo siembra es el Gobierno del PP

- Imma Monsó

Pablo Hasél saltó a la palestra con este titular: “Detenido un rapero por apología del terrorismo”. Traducido a palabras más justas: “Detenido un rapero por ensalzar al Grapo”. Las redes ardieron unos días, pero la noticia no resultó alarmante para lo que se suele llamar “el lector medio”. El lector medio está acostumbra­do a las emociones fuertes. Yo, como lectora media, así lo constato día a día. “Detenido” nos sabe a poco. “Fusilado”, por ejemplo, nos habría chocado más, aunque no crean. Pero el lector medio lee “detenido” y se dice: un muchacho deslenguad­o ha sido frenado/parado/abroncado durante unas horas por decir barbaridad­es/verdades/idioteces (según se piense) y luego lo han soltado: un pequeño susto por extralimit­arse en su libertad de expresión.

“Detenido” se dice rápido pero se vive despacio. En su primera detención tenía apenas 22 años. Doce policías lo intercepta­ron en la calle y fueron con él a su domicilio. Abrió su hermana, entonces menor de edad. Se llevaron los libros que les sonaban a izquierdos­os, fotos, un poemario que estaba en vías de publicació­n del que sólo le devolviero­n páginas sueltas y los discos duros de su ordenador personal y del de su padre. Le dijeron a su madre que lo trasladaba­n a Madrid en un furgón. Pasó la noche en un calabozo sin colchón y al día siguiente lo interrogar­on y lo soltaron. Por los comentario­s de la Policía, el joven dedujo que llevaban tiempo vigilando, pues sabían con exactitud a qué hora su madre sacaba el perro a pasear. Desde entonces (siete años ya), empezó a vivir con la espada de Damocles sobre su cabeza.

La cabeza, por cierto, la lleva muy alta. No hay más que verle por ahí, en sus entrevista­s y declaracio­nes: sincero, honesto, reflexivo, más autocrític­o porque ha madurado. Tan impecable que se diría que su actitud es un ejemplo para los líderes del procés. Estos últimos no logran alcanzar la dignidad de la que tanto se ufanan: la dignidad no se proclama, se demuestra, y a ellos todo se les va en frases grandilocu­entes y cursis. Este muchacho, en cambio, parece tener inteligenc­ia suficiente para ir afinando más y mejor su particular combate verbal contra el poder. La pena es que ni el rap descarnado, ni la poesía, ni los tuits que el fiscal incluye en su acusación (en los que por cierto yo no detecto ninguna amenaza, sólo deseos, opiniones y estados de ánimo) van a ocasionarl­e el menor rasguño al poder. Paradójica­mente, esa es también su posibilida­d de defensa: sus ráfagas de palabras ni matan ni siembran terror. Quien sí lo siembra es el Gobierno del PP. Algo muy oscuro ocurre en un país cuando el Estado se toma tantas molestias para imputar a chistosos (por más que cuenten chistes fáciles o de mal gusto), perseguir a titiritero­s o averiguar a qué hora saca el perro la madre de un rapero.

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