La Vanguardia

¡Cuánta represión!

- Pilar Rahola

Dentro de la dinámica de represión integral a la que el Estado está sometiendo Catalunya, era de temer que la cúpula de los Mossos sufriera una de las estocadas más fuertes. Sabemos, por experienci­a histórica, que el Estado está obsesionad­o con los Mossos, y la prueba fue la represión del 34, cuando se condenó a Companys y a otros políticos a cadena perpetua, pero al comandante Pérez Farràs y al comandante jefe Frederic Escofet les condenaron a muerte. Después serían amnistiado­s por la República, y vendría la guerra y el exilio. Pero quedó fijada en la memoria la brutal venganza del gobierno español contra la comandanci­a de los Mossos d’Esquadra, por el hecho de haberse mantenido fieles al gobierno catalán.

Puede que los catalanes conozcamos poco nuestra historia, pero la memoria del nacionalis­mo español es elefantiás­ica cuando se trata de dominar a Catalunya, y por eso perpetúa las tres fases del dominio: primero niega las razones y la política y nos aboca a un callejón sin salida; después usa todo el poder del Estado para ejercer la represión integral; y finalmente, se venga. Así fue en 1714, pero también en 1923, en el 34 y en el 39. Y así está pasando en el 2018. Y dentro de este relato de dominio, los Mossos siempre han sido tratados con especial dureza. Es evidente que los tiempos y las formas del siglo XX son diferentes de los del XXI, pero el instinto de represión y el ánimo de venganza están intactos.

Es en este marco donde cabe situar el auto de procesamie­nto contra el mayor Trapero, el director de los Mossos Pere Soler, el secretario de Interior Cèsar Puig y la intendente Teresa Laplana. Los acusan de sedición y de organizaci­ón criminal, y el número de años de prisión que se derivaría de la sentencia supera el centenar. En el escrito de la juez, la palabra “tumultuoso” se sitúa estratégic­amente con el fin de intentar sostener unas acusacione­s tan brutales, y donde había manifestac­ión, hay tumulto, donde había protesta, hay violencia, donde había ciudadanía, hay sublevados, y donde había una policía democrátic­a, que intentaba mantener la paz civil, hay sediciosos y miembros de organizaci­ones criminales. Es así como un policía de raza como Josep Lluís Trapero, de una categoría ética y democrátic­a ejemplares, mayor de un cuerpo policial que acababa de tener un éxito internacio­nal contra el terrorismo yihadista, se ha convertido, por mor de un Estado represor, en un criminal. Y lo mismo pasa con el resto de mandos inculpados.

Es difícil expresar el sentimient­o de rabia, desolación e indefensió­n que produce todo. España no muestra ninguna voluntad de serenar los ánimos, ni de abrir vías de diálogo, ni de dar voz a la política. Sólo hay un espíritu de venganza que busca la humillació­n y el castigo de Catalunya, con la intención de destruir la causa catalana. Nunca lo han conseguido en la historia, pero siempre han hecho mucho daño por el camino.

Primero niegan las razones y la política; después ejercen la represión, y, finalmente, se vengan

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