Poesía financiera
Me ha llamado por teléfono el nuevo director de mi banco. Se imaginarán que mi banco de mío no tiene nada; las habilidades publicistas nos llevan a incorporar estas trampas del lenguaje. Dices mi banco y alguna glándula misteriosa saborea relaciones familiares imaginarias con tiburones financieros que no tienen reparos en dejarte debajo de un puente. El caso es que me llama el nuevo director y yo me pregunto qué habrá sido del viejo. Resulta inquietante la volatilidad de los directores de banco. Al menos en mi sucursal, juraría que se están relevando todo el rato. Me pregunto si es una estrategia de renovación de imagen, a salto de mata o rana. Este que me llama ahora para presentarse tiene una forma de hablar muy campechana, como de entrenador personal o vendedor a domicilio. Creo recordar que el director anterior era más fino, un poco inalcanzable. No se dedicaba a llamar a clientes como yo.
Mi nuevo director, después de ponerse a mi disposición dándome una importancia que huele a gato encerrado, arremete contra mi plan de pensiones. Se ríe de él. Le da lástima. Tu plan de pensiones, dice, es muy pero que muy conservador. No sé lo que quiere decir con eso exactamente, pero carezco de lazos afectivos con mi plan de pensiones que me lleven a ofenderme por él. Mi plan de pensiones es ridículo adrede, digo, lo hice por una servidumbre de la hipoteca, por la menor cuantía posible, porque ya pago mi futura jubilación a la Seguridad Social. Pero mi nuevo entrenador personal no tiene reparos en soltarme que más nos vale a todos asegurarnos un buen fondo privado para la vejez, con lo que estamos viendo
¿Y tú qué plan de pensiones me recomiendas?, le digo, metida a fondo en el papel de idiota rematada
últimamente. Si los pensionistas se están manifestando de esta manera, remata, es que el problema es grave. Me deja de piedra, no por nuestras futuras jubilaciones, que confío en que sean la gota que colme el vaso de la paciencia adormilada ciudadana, sino por lo burda que resulta toda esta maniobra del miedo. Un temor extendido, y fundamentado en políticas que ponen en peligro derechos vitales, para engordar el capital privado insaciable. Es tan grosero el mecanismo, tan obvio, que me pregunto si no nos estarán tratando abiertamente como idiotas porque tienen datos probados de que lo somos.
¿Y tú qué plan de pensiones me recomiendas?, le digo, metida a fondo en el papel de idiota rematada, un poco por morbo. Deberías invertir mucho más, dice. Claro, digo. Y te interesa un plan ambicioso, con un riesgo relativo que dé una mayor rentabilidad. Ajá. Habrás oído hablar de los picos de sierra y las ondas, dice. No mucho, digo. Cuando vengas a la oficina te lo explico, se apiada. Gracias. Pero lo más importante es que entiendas la importancia de decidir según tu horizonte temporal, suelta. Ya lo decía yo, me tambaleo. La poesía financiera me deja temblando.