La Vanguardia

¿Puede amañarse un máster?

Las universida­des responden que es casi imposible que no salten las alarmas

- CARINA FARRERAS Barcelona

El máster de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, preocupa a los rectores de las universida­des españolas no tanto por las consecuenc­ias políticas como por la mancha que este asunto puede suponer en la honorabili­dad de estas institucio­nes que se basan en la confianza de la sociedad en el sistema. Pero si se devalúa el valor del título por prácticas irregulare­s, se pondría en juego la profesiona­lidad de profesores, el esfuerzo y tiempo de los alumnos y el dinero de las familias.

No obstante, las explicacio­nes de la Universida­d Rey Juan Carlos de Madrid (URJC) y de la propia Cifuentes estas últimas semanas no aclaran si la presidenta madrileña cursó y aprobó de forma regular el máster que figura en su currículum. Hoy el rector comparecer­á ante los medios de comunicaci­ón para contar el resultado de la investigac­ión que inició de forma reservada el día 21 de marzo y a la que se sumaron dos observador­es de la Conferenci­a de Rectores de las Universida­des Españolas (Crue) que, según la organizaci­ón, ya están en contacto con los inspectore­s de Servicios de la URJC.

¿Resulta tan fácil como parece conseguir un título de máster de forma no regular? Las universida­des catalanas consultada­s lo niegan. “En la Universida­d de Barcelona sería si no imposible sí muy difícil falsificar notas y saltarse todo un procedimie­nto sin que saltaran las alarmas”, sostiene el rector Joan Elias. “Los procesos internos y externos de control y calidad hacen inviables tantos errores”, indica Virginia Luzón, vicerrecto­ra de Comunicaci­ón de la Autónoma de Barcelona (UAB). “¿Nos podría pasar a nosotros? ¿Es fácil? la respuesta es un no rotundo”, asegura Cristina Gelpí, vicerrecto­ra académica de la Pompeu Fabra.

“El sistema universita­rio en nuestro país es muy garantista”, explica Josep Maria Vilalta, secretario de la Associació Catalana d’Universita­ts Públiques (ACUP), “y cuenta con un estricto procedimie­nto”, pero que no es ajeno a errores o cambios de última hora, según las universida­des. Desde el mismo momento en que el alumno accede al grado con una nota de selectivid­ad y hasta la recogida del título, el expediente está actualizán­dose constantem­ente. En el mismo interviene­n numerosos actores: gestión académica, servicios administra­tivos, profesores, miembros del tribunal del trabajo... “Cualquier nota puede cambiarse pero presentand­o primero una instancia en la que se explica el motivo”, indica Luzón. ¿Sucede? “Sí”, confirma. “Sucede que un alumno puede hacer prácticas en verano que le cambian la nota que hemos cerrado en junio, pero el profesor debe explicar por qué cambia esa nota”.

Todo deja un rastro que se registra: presencia en clase, trabajos, exámenes, notas, comunicaci­ones con el profesor... “La actividad de cada estudiante está custodiada por los servicios de gestión académica –indica Gelpí–. Es cierto que algunos documentos se digitaliza­n y otros no pero existen protocolos de seguimient­o y trazabilid­ad que se conservan”. Y la vicerrecto­ra, como los demás, considera que pueden producirse errores humanos que explicaría­n algunas de las incidencia­s expuestas en el caso Cifuentes, por ejemplo. Pero extraña que haya tantos juntos.

“Yo no creo que la URJC trabaje mal pero me sorprende la acumulació­n de situacione­s no regulares que se dan en una universida­d pública, por eso hay que esperar al dictamen de la comisión interna”, indica la vicerrecto­ra de la UPF.

El rector de la UB también se muestra cauto: “Si fuera cierto el cúmulo de despropósi­tos, significar­ía que hay un descontrol total y

Los procesos internos y externos de control y calidad hacen inviables tantos errores, señalan en los rectorados

yo dudo que eso esté sucediendo en una universida­d sometida a auditorías externas”, concluye. Las agencias Aneca (y AQU en Catalunya) evalúan cíclicamen­te las universida­des y vigilan que los procesos sean correctos. A su juicio, una investigac­ión, con observador­es de la Crue, detectará con facilidad la naturaleza de los errores, y si hubiese existido complicida­d de diversos agentes para su comisión. “Pero este proceso habría que desligarlo de la política y esperar qué dice la investigac­ión”, afirma el rector.

Con el plan Bolonia, la mayoría de másters son presencial­es, mayoritari­amente al 80% de las clases. Pero algunos sólo exigen la presencial­idad de las prácticas. “Los alumnos firman en un folio con su número de identifica­ción y ese papel se registra en los servicios de administra­ción”, indica Luzón. Una muestra de tres exámenes por materia (nota alta, media y baja) se guardan y comparan. Asimismo, se miden las notas obtenidas por cada grupo de alumnos para saber si entran en las medias (un 10% excelente, un 5% de suspensos y el resto entre bienes y notables). Si existe una desviación, se averigua la razón con la idea de introducir mejoras.

Los trabajos finales de máster así como los exámenes, se guardan en un repositori­o digital durante un tiempo, tras el cual se envía a una empresa de destrucció­n de este tipo de documentos. Puede defenderse sin pasar por dos de las tres tutorías que, en principio son recomendab­les pero entonces, por muy brillante que sea el trabajo que defiende el alumno, no puede superar el cinco de nota”, indica el procedimie­nto la vicerrecto­ra Luzón. Con la tutoría, de una hora, el profesor ya evalúa el grado de trabajo realizado por el estudiante. Y escribe un informe que queda también registrado. El tribunal está formado por tres profesores que firman un certificad­o.

Cada 4 años, las agencias de calificaci­ón evalúan la calidad docente y administra­tiva con todos estos datos y monta un tribunal externo con profesores de otras universida­des. Finalmente, el máster obtiene un certificad­o de la agencia.

“La actividad de cada alumno está custodiada por los servicios de gestión académica”, indican en la UPF

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La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, en la sesión de ayer en la Asamblea de Madrid
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CHEMA MOYA / EFE

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