La Vanguardia

Si el título lo regalaran

- Francesc Bracero

Para ser honesto, hay que consignar que la carrera universita­ria de Periodismo no es (no era) la más difícil del mundo. Pero después de unos años en la universida­d, de batallar con más teoría de la comunicaci­ón que con la gestión real de la informació­n, quienes se gradúan acaban absorbiend­o no sólo conocimien­tos en materias variadas como política o economía, sino también, de forma más impercepti­ble, algunas de las cualidades que precisa el periodista, como la capacidad de análisis o el espíritu crítico. Los aspectos prácticos de la profesión han ganado peso paulatinam­ente en los planes de estudio y, aunque tener una orla no te hace automática­mente periodista, carecer de ella, mucho menos.

Tener un título en Periodismo, en España, no es una condición sine qua non para ejercer como periodista. Hay muchos ejemplos de grandes comunicado­res que no pasaron por esta carrera. Pero carecer de estudios tampoco valida a nadie para hacer de periodista.

Con el título en la mano, el aprendizaj­e real llega en la calle, en los despachos, en las ruedas de prensa, en las esperas frente a juzgados, en las llamadas telefónica­s, en la redacción de crónicas en todo tipo de lugares y circunstan­cias. Con alegrías, con tensión y con sufrimient­o. Cada jornada se aprende algo nuevo de este oficio compuesto de muchos pequeños saberes. A esas incontable­s horas de aprendizaj­e, de experienci­a ganada, hay que sumarles todas las que se quedaron en las clases, en los trabajos, en las prácticas y en las horas de estudio antes de los exámenes.

En un ejercicio de imaginació­n, uno podría pensar que, si el título se lo regalaran, también podría haber recopilado experienci­as. Se aprende con un micrófono, una cámara o un bolígrafo y un bloc de notas. Pero así no vale. Se trata de periodismo, pero si habláramos de medicina, de ingeniería o de matemática­s aplicadas, regalar un título no sólo sería preocupant­e, sino un peligro que debería estar castigado.

Si a alguien le regalaran un máster, un supuesto que, como todo el mundo sabe, es imposible que ocurra en una universida­d española, sería igual de alarmante. Si una institució­n universita­ria se pusiera al servicio de la mentira sería como negarse a sí misma. Y todo, ¿para qué? ¿Para servir a intereses de alguien con poder? Menos mal que eso no puede ocurrir. Qué va.

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