La Vanguardia

Atmósfera sureña

The Masters, creado en 1934, es el único torneo del Grand Slam con sede fija

- ALFRED BELLOSTAS

El Amen Corner es uno de los rincones de postal del Masters de Augusta que ayer comenzó. El agua envuelve los hoyos 11, 12 y 13 y las azaleas dan al green una imagen idílica, como la Magnolia Line que acompaña a todos los jugadores hasta la casa club, un escenario exclusivo y tradiciona­l, con evocacione­s al pasado. El estadounid­ense Bobby Jones, el único golfista capaz de ganar en un mismo año (1930) el Grand Slam, formado entonces por The Amateur Championsh­ip (St. Andrews, Escocia), The Open Championsh­ip (Hoylake, Inglaterra), el US Open (Minnesota) y el US Amateur (Pennsylvan­ia), quedó fascinado al jugar, en 1929, en el campo de Cypress Point, diseñado por Alister Mackenzie. La unión entre los dos resultó decisiva en la construcci­ón de los greens en Augusta y el nacimiento, en 1934, del primer The Masters, rodeado por una atmósfera sureña que no ha abandonado.

Aunque el mundo ha cambiado desde entonces, la evolución en Augusta ha sido lenta, reflexiva, conservand­o las tradicione­s y realizando cambios apenas perceptibl­es. De alguna forma, el tiempo se detuvo en el club fundado en 1933 por Bobby Jones y Clifford Roberts, donde no se vieron negros hasta 1991 o mujeres hasta el 2012, con la presencia de Condoleezz­a Rice, en ese momento secretaria de Estado de los Estados Unidos.

Con tanto pasado, no es extraño que The Masters sea el único torneo del Grand Slam con sede fija. Sergio García, que defiende la chaqueta verde conseguida hace doce meses (“mi vida no ha cambiado por ganar la pasada edición, pero sí por el nacimiento de mi hija”, ha explicado), Tiger Woods, quien considera un “milagro” su regreso al primer plano, Dustin Johnson, Rory McIlroy, Justin Rose y otros tantos candidatos empezaron ayer su participac­ión en el hoyo 1, un par cuatro alargado hace unos años hasta las 445 yardas (407 metros). Es el punto de partida de 18 hoyos muy exigentes y técnicos, en opinión de los expertos. La posibilida­d de hacer un birdie, o un eagle, se presenta de inmediato en el segundo hoyo, un par 5 de 526 metros, el más largo del campo, todo lo contrario de lo que sucede en el 4 (par 3), en el que el viento es una dificultad añadida para afrontar los 219 metros de una calle, bautizada con el nombre de Flowering Crab Apple, en la que las flores del manzano son las protagonis­tas. De hecho, una vegetación exquisita acompaña a los jugadores por un recorrido de gran belleza en el que cada calle lleva el nombre de una planta. Para Tiger, es un paraíso.

Dos bunkers situados a la izquierda dificultan las evolucione­s de los golfistas en el 5, rodeado por magnolias, y un green con ondulacion­es lo hace en el 6, el más corto (164) del campo junto al 12 (142) y al 16 (155). Entre ellos se sitúa el 13, Azalea, un par 5 de 466 metros que ofrece opciones de birdie pese a las numerosas trampas que lo rodean (agua y hasta cuatro bunkers).

Una de las novedades del 2018 está en el 18, que ha aumentado su longitud en 55 metros hasta los 425 y una mayor extensión de los bunkers. “Jugar aquí es especial por la tradición que rodea al club”, reconoce Tiger Woods. Un club que ha anunciado, en palabras de su presidente, Fred Riley, que a partir del próximo año albergará un campeonato amateur femenino. Los tiempos cambian.

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