La Vanguardia

“La cabeza es la última en saber qué es lo que sucede”

Tengo 68 años. Nací en Nápoles y vivo en el campo, al norte de Roma. Tengo una compañera. No tengo hijos. Soy la persona más de izquierdas que conozco. No tengo relación con la divinidad, pero me produce curiosidad la historia sacra. He tenido suerte en l

- ANDREU DALMAU / EFE IMA SANCHÍS

Es usted un poeta, un obrero...? Hoy en la renta relleno la casilla de escritor, pero durante veinte años rellené la de obrero. ¿Y qué dice su alma? No la frecuento. Su padre era agente de comercio, ¿por qué escogió ser obrero?

Me fui de casa a los 18 años. No me sentía libre ni en casa ni en Nápoles. Participé en un movimiento revolucion­ario, Lotta Continua, hasta los 30 años. Siempre fui obrero. Escribo para hacerme compañía.

Condujo un convoy como voluntario durante la guerra de la ex Yugoslavia.

He tenido la suerte de pertenecer a la primera generación de europeos que no ha vivido la guerra. Llevaba víveres a Bosnia, a los guetos musulmanes. Atendía a los más débiles, y eso me gustaba.

También fue cooperante en Tanzania.

Acabé un trabajo de albañil en Francia y decidí que ya no quería trabajar más por un salario.

¿Qué le sorprendió?

Me atrapó la malaria y alguna serpiente. Pero me gustan los animales. De niño cuando debía ir a la escuela me iba al zoo. Y en aquel rincón de África, al atardecer, oía el rugir de los leones como cuando era niño. Y los murciélago­s eran tan numerosos que te tocaban el rostro con sus alas: Han sido las caricias más delicadas de mi vida.

¿Cómo le han cambiado los años?

Todo lo que soy me viene del cuerpo, de la experienci­a física, no de la cabeza. La cabeza es la última en saber qué es lo que sucede.

El cuerpo son las emociones.

Sí. Yo he pertenecid­o a una generación revolucion­aria, muy apasionada. El sentimient­o más fuerte ha sido el de justicia, y creo que eso es lo que nos hace actuar. Mi cabeza si no siente está vacía, no razona, sólo añade vocabulari­o.

Usted dice que no cree en Dios.

No tengo esa conexión.

En su último libro habla de Jesucristo.

De la relación que un escultor tiene con una estatua de un Jesucristo crucificad­o que debe restaurar. No es un Cristo muerto sino un Cristo muriendo, todavía palpita. En ese contacto cercano el escultor se conmueve, tiene un sentimient­o de compasión, de hermandad.

Nunca había oído una definición más pura del cristianis­mo.

Es el cristianis­mo de hombre a hombre, de cuerpo a cuerpo, no de criatura a creador. Ese Cristo tiene la piel de gallina porque tiene frío, porque está allí expuesto, desnudo y humillado,como lo estaban todos los crucificad­os. Es una historia de fraternida­d.

Es la historia de su vida: la fraternida­d.

La libertad y la igualdad se pueden conquistar con la lucha, pero la fraternida­d no se puede conquistar, es un sentimient­o.

¿Lo hemos perdido?

Se manifiesta de improviso de tanto en tanto. Somos fraternos ocasionalm­ente, pero si se pierde, se pierde el género humano.

Parece que ahora no abunda.

Hemos pasado de ciudadanos a clientes. El ciudadano pertenece a una comunidad y el cliente se define por su capacidad de compra.

Los que huyen de la guerra y el hambre mueren en el Mediterrán­eo.

Nunca los peces se habían alimentado de tantos muertos. Ni los naufragios habían ocurrido con el mar en calma. Son naufragios permitidos y provocados para obstaculiz­ar al máximo el flujo migratorio, para desanimarl­os. Somos contemporá­neos de eso y lo admitimos.

Miramos hacia otro lado.

Nuestras autoridade­s nos hacen ver que este problema no existe. Miramos hacia el lado que nos dicen que miremos. La televisión es un marco y vemos lo que nos hacen ver dentro de ese marco. Para ver fuera del marco debes ir a los lugares. Yo he ido, he estado en Lampedusa.

Tiene mala solución entonces.

Mi razón de escritura y de ciudadano está en el último verso del Canto general de Neruda: “Yo no vine aquí para resolver nada, yo vine aquí para cantar y para que cantes conmigo”. Yo no soy la medicina, soy el dolor.

Brindar conciencia sobre las cosas es parte de la solución.

De vez en cuando la literatura te hace ver algo con una claridad que no tenías antes.

Eso consigue su Cristo.

Esa obra de arte le abre al escultor una nueva percepción, y ese el poder del auténtico arte, de repente comprendes, y después de esa experienci­a ya no vuelves nunca atrás porque has descubiert­o algo de ti que no sabías.

¿Se ha planteado el sentido de la vida?

No, nunca. Estoy aquí, e intento día a día sacar lo mejor de mí mismo.

¿Sigue interesado en los animales?

Mi telediario son los programas sobre naturaleza, los considero una crónica de los días de la tierra, porque esas criaturas estaban en el mundo antes que nosotros y supieron habitarlo. Saben vivir, y sobre todo morir, mucho mejor que nosotros. Los considero maestros.

Este año, en un festival literario en Indonesia, fui a visitar un zoo. El orangután, enorme y viejo, salió de su cabaña apoyándose sobre sus nudillos. Caminó hacia mí hasta el borde del foso y me miró. Fue como estar ante un viejo maestro que ve entrar al alumno sin pedir permiso. Me miró sin reproche y yo sólo fui capaz de aguantarle la mirada durante un minuto. Mi instinto era el de saltar el foso y hacerme adoptar.

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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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