Construir una puerta
SI la oportunidad no llama, posiblemente es porque hay que construir una puerta. Cuando más enconado estaba el contencioso catalán, con el Tribunal Supremo teniendo la mano (y los ases) en la partida de cartas y el Gobierno haciendo las veces de crupier, la justicia alemana ha vuelto a repartir los naipes. Carles Puigdemont se había acostumbrado a las salchichas ahumadas de la merienda en la prisión de Neumünster, tras doce días detenido, pero al atardecer del jueves le llegó la noticia de que no sería extraditado por rebelión, porque de la documentación enviada por el magistrado Pablo Llarena no se desprendía que hubiera habido violencia. El auto de la Audiencia de Schleswig-Holstein desmonta en parte la arquitectura argumental de Llarena, quien estaría estudiando si plantea una cuestión prejudicial al Tribunal de Justicia de la UE, con sede en Luxemburgo, acerca de la decisión sobre la euroorden. Tiene pocas posibilidades de prosperar, pero sería un último –y arriesgado– movimiento para resituar las cosas donde estaban.
El independentismo vive horas de euforia, mientras en el Gobierno del PP ha crecido la preocupación. La imagen de Puigdemont saliendo de la prisión con medidas cautelares es recibida como una victoria por el soberanismo. Sus primeras palabras fueron para solicitar la libertad de los otros políticos encarcelados en Madrid, pero también para pedir diálogo. Sabido es que la palabra diálogo está gastada de uso, pero no por su práctica, así que podría considerarse la oportunidad de dar paso a la política, más allá de las resoluciones judiciales. No es hora de echar más pulsos, pero tampoco de hacer oídos sordos. Y no puede ser que los juzgados sustituyan a los despachos para abordar la crisis catalana. Stefan Zweig escribió sobre la desintoxicación moral de los pueblos en un libro que acaba de reeditarse y, aunque se refería a Europa, su consejo sirve para España. Todos nos merecemos una oportunidad para superar tanto desencuentro.