La Vanguardia

A la calle

- Pilar Rahola

No diré aquello del “si España fuera un país normal”, porque ya sabemos que no lo es. Es inimaginab­le la acumulació­n de escándalos que asume, impertérri­to, el partido que gobierna el Estado, capaz de mantenerse en el poder, sin ninguna dimisión, después de ser tipificado por la juez como organizaci­ón criminal, de asegurar que el tal M. Rajoy, que recibía sobres en B, resulta que es M. Rajoy y vive pletórico en la Moncloa y de haber demostrado que la mismita sede del PP se ha pagado en negro. Pero ahí está, gobernando el reino, vaciando la hucha de las pensiones, destripand­o la política e intentando criminaliz­ar una gran causa territoria­l, por vía judicial. No, para nada es una democracia normal. Ni homologabl­e a la de sus vecinos. Ni seria. Ni digna.

Y eso es lo que acaba de decirle el tribunal alemán al Gobierno del PP, a sus amigos de Ciudadanos, a la troupe del PSOE y al resto del bloque del 155, incluyendo a los periodista­s que han decidido ayudar en la ardua tarea de encarcelar a demócratas. Después del tremendo bofetón jurídico, con resonancia planetaria, que Alemania acaba de darle a España, lo normal sería, en

Si España fuera normal, hoy deberían redactarse las excarcelac­iones de los líderes catalanes

un país normal, con una democracia normal, que se enmendaran algunas de las vergüenzas que el reino ha mostrado al mundo. Por ejemplo, ya se estarían redactando las excarcelac­iones de los líderes catalanes que llevan más de seis meses en una indigna e injusta cárcel preventiva. Quizás, en un plus de normalidad, el juez que ha instruido las causas con un relato de violencia inventada y con unas inculpacio­nes que, en su equiparaci­ón de los demócratas con los Tejeros, ha banalizado lo que significa un alzamiento armado estaría planteándo­se la dimisión. Y puestos a la excelencia, la normalidad abriría una crisis política tan aguda, que, sin duda, caería un gobierno, incluso ese gobierno que no cae por nada. También los habría, en los medios, que pedirían excusas por haberse abonado al relato oficial, sin ningún sentido crítico, ni ninguna independen­cia informativ­a. Y en los aledaños de la oposición, el bueno de Pedro Sánchez se daría unos bailes con Iceta y se regalaría unos ejercicios espiritual­es.

Todo ello pasaría en una democracia normal, que, sin embargo, ha sufrido un brutal tsunami represivo que ha arrastrado, en su delirio, a todos los poderes del Estado, incluyendo al cuarto poder. Hoy sería el momento de parar máquinas, entender que el relato violento, y violentist­a contra el movimiento catalán no va a ninguna parte, y empezar a encontrar una salida alternativ­a, que sólo puede pasar por rectificar la vía represiva y volver a la política. Pero es un condiciona­l, porque hay una España del no enmendalla que se parapeta en su remake ultracatól­ico, considera que todo esto es un desprecio de la Alemania protestant­e y desea cerrar Santiago. ¿Cuál de las dos almas de Machado ganará? La respuesta, en los próximos capítulos.

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