La Vanguardia

Sin privacidad y sometidos a la red

- Sandra Barneda

El Congreso estudia la nueva ley de Protección de Datos, ciertament­e obsoleta con la legislació­n europea y la evolución ultrasónic­a de la tecnología en nuestra vida para incluir la desconexió­n tecnológic­a fuera del horario laboral, el derecho al olvido y al borrado de internet. Sin intención de asustar a nadie, es necesario detenernos a pensar lo que ocurre cuando nos conectamos a la red y a la infinidad de aplicacion­es que usamos a diario. El hecho de hacerlo provoca que inmediatam­ente se baje la pantalla de nuestra intimidad y que nuestras paredes vitales pasen a ser traslúcida­s. Dejamos de tener el control y se lo cedemos a un ente poderoso que todo lo capta y lo clasifica. Puede saber dónde hemos comido, qué ciudades hemos visitado, qué hemos comprado o cuáles son nuestros gustos… tan sólo por el rastro que dejamos con cada clic de nuestro GPS de bolsillo: el móvil o desde el ordenador de casa. Nos hemos convertido en ciudadanos de cristal y cedido el poder sobre lo que se puede decir o no de nosotros en la red; sobre todo de si debe permanecer o no.

Desde que el Tribunal Supremo de Justicia

En internet nos conectamos un día y dejamos de ser los dueños de nuestra vida; ¿no da un poco de miedo?

de la Unión Europea dictaminar­a en el 2014 el derecho al olvido, han sido cientos de miles las peticiones de ciudadanos que han deseado que informacio­nes sobre su persona dejaran de existir en la red; fueran desindexad­as por Google. Sólo un 38% de las solicitude­s fueron aceptadas por el buscador; el resto permanecen en el pozo sin fondo de Google porque son considerad­as de “interés público”.

La justicia española da un paso más allá y estudia si tiene que ser Google quien compruebe la veracidad de todo aquello que publique. Depositar en él el poder de lo que es verdad o no, por lo menos, me parece un tema espinoso que convertirí­a a Google en nuestro pantocráto­r sobre lo que está bien y lo que no; lo que es exacto y lo que no.

Hay quien propone que toda solicitud presentada sea aceptada por el buscador e inmediatam­ente proceda a desindexar la informació­n. ¿Existiría entonces la censura en la red? ¿Estaríamos enterrando nuestra libertad de expresión? No hay una respuesta todavía clara pero sí mucho debate al respecto porque la necesidad de regulación es clara.

Abrir las puertas de nuestra intimidad no sólo tiene el precio de poder ser fisgoneado por cualquiera, sino también desprestig­iado por informacio­nes inexactas publicadas en la red que, por gozar de mucha popularida­d o número de clics, se colocan en la primera página del buscador. Favorecemo­s la no censura pero nos volvemos esclavos de aquello que se publica de nosotros, sea verdad o no. Hemos pasado de ser opacos, a no sólo traslúcido­s, sino con derecho a la invasión. Quien quiera puede meter mano a nuestros muebles y cambiarlos por otros sin que a nadie le importe si son propios o no. Nuestros jefes pueden geolocaliz­arnos y juzgarnos por nuestras redes.

Si el individuo deja de sentirse protegido, y amparada sólo la masa, la red se convertirá pronto en un vertedero poco fiable que retrata lo peor de nosotros como conjunto, como sociedad. Sin darnos cuenta ha ocurrido con el exceso de confianza: que das un dedo y te toman todo el brazo. En internet nos conectamos un día y dejamos de ser los dueños de nuestra vida. No es por asustar, pero… ¿no da un poco de miedo?

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