Jamón del bueno
Antonio es un compañero que disfruta casi tanto comiendo bien como hablando de buena comida. Un tipo que trabaja más horas que nadie, pero que nunca ha renunciado a saborear esos pequeños placeres que van desde un menú digno cerca del trabajo hasta una caña muy fresquita para comentar la jugada al acabar el día; unos macarrones, una barbacoa o una merienda con las hijas o los nietos. O, ya no digamos, una escapadita con su mujer a la barra del Cañete, al Compartir (Cadaqués) o al Disfrutar, porque el hombre es muy fan de los ex jefes de cocina de El Bulli que los regentan.
El verano pasado, a la vuelta de las vacaciones, su relato no iba como de costumbre sobre los restaurantes que había descubierto en su ruta sino sobre lo mal que le sentaba todo y lo pronto que se le llenaba el estómago. Enseguida le diagnosticaron un tumor. Antoñito, como algunos le llamamos cariñosamente, se puso manos a la obra firmemente dispuesto a curarse. El invierno ha sido duro; quimioterapia a tope y un par de operaciones, en una de las cuales le extirparon el estómago, operación que esta semana, ya con un aspecto radiante, describía gesticulando, como si se tratara de un apaño de fontanería.
No ha perdido los ánimos aunque tocó fondo cuando visualizó todos los escenarios, incluido el de que la persiana se bajara antes de tiempo. Pero salió adelante. Y pasó del suero a los líquidos, y de los líquidos, poco a poco a ir comiendo casi de todo y dar paseos cada día más largos. Cuenta que cuando la doctora le dio permiso para comer unas lonchas de jamón “del bueno, porque en mi casa cuando entra jamón es del bueno”, vio la luz. Y ahora disfruta doblemente cada bocado. El placer, ha descubierto, no estaba en el estómago.