RECUPERANDO A GIACOMETTI
Un palacete de la parisina rue Schoelcher, en el barrio de Montparnasse, acoge una reconstrucción exacta del taller del escultor Alberto Giacometti.
Alberto Giacometti (1901-1966) tiene un 2018 movido: la Fundación Giacometti anunció la inauguración de un nuevo y vasto espacio parisino dedicado a su obra. La galería Gallimard, eco de la editorial, proponía simultáneamente testimonios de la fuerte relación del escultor con el poeta René Char, de cuya muerte se cumplen tres décadas. Y otra fundación, la Beyeler, de Basilea, prometía en su próxima exposición un espectacular contrapunto Giacometti/Bacon reflejado, por ejemplo, en “una serie de yesos del escultor nunca enseñados y cuatro raros trípticos de Bacon”.
Pero lo más perenne será ese nuevo domicilio que abre la Fundación en la rue Schoelcher, de Montparnasse. Se trata de un palacete de 350 m2, originalmente con un estilo repartido entre Art nouveau y Art déco. El arquitecto Pascal Grasso reconstruyó allí el taller de la rue Hippolyte Maindron, de París, donde el escultor pasó casi toda su vida.
Bajo el nombre de Institut Alberto Giacometti celebrará exposiciones y alojará un centro de investigaciones de historia del arte consagrado a prácticas artísticas modernas (1900-1970), abierto a investigadores, estudiantes y aficionados, con una programación de coloquios y conferencias, beca para investigar y edición de ensayos. También accesibles, una biblioteca, en gran parte constituida por la del artista. Y un gabinete de artes gráficas que contendrá todos sus dibujos.
El legendario taller pudo ser restituido porque no sólo fue inmortalizado por fotógrafos como Robert Doisneau, Gordon Parks, Ernst Scheidegger y Sabine Weiss, sino
que, además, la viuda del artista, Annette Giacometti, conservó el conjunto de los elementos que lo constituían, las paredes pintadas, los muebles. Y más de setenta esculturas, incluidas las últimas, terracotas jamás mostradas. Un sistema de vitrales, luces y gradas permitirá una inmersión en lo que fue el entorno del artista.
Se inaugurará con el verano, el 21 de junio, por la exposición El taller de Alberto Giacometti por Jean Genet (fueron amigos y se admiraban), seguida en octubre por otra de Annette Messager, referencia del arte francés actual, cuya obra multiplica las alusiones a la del dueño de casa.
La responsable de la programación es Catherine Grenier, personalidad del arte contemporáneo. Hace cuatro años era directora adjunta del museo nacional de arte moderno del Pompidou (“del que ella encarna el rigor y la obsesión perfeccionista”, según Valérie Duponchelle, crítica de Le Figaro) cuando le propusieron dirigir la fundación.
La convenció “su fondo de 350 esculturas, 90 óleos y más de 5.000 dibujos, litografías y cuadernos, el más importante del mundo. De hecho, gracias a los préstamos internacionales consentidos por la Fundación, este año habrá Giacometti en Bilbao, Basilea, Nueva York, Quebec, Seúl y el Maillol de París”.
Si el proyecto del Institut fue otro aliciente para asumir el cargo, estos cuatro años, dice, “pasaron volando, entre las solicitudes exteriores y la restauración del Institut y su programación”. Grenier activó el préstamo de obras, pero “con una presencia conceptual para que cada exposición, de Oriente a Occidente, fuera un desafío a la crítica”. También abrió los archivos y escribió un
Alberto Giacometti (Flammarion), “el libro que me hubiera gustado encontrar cuando llegué a la Fundación”. Porque aparte de los catálogos de las exposiciones sólo halló “un libro muy poético de Jacques Dupin, escrito en vida del artista, una biografía publicada en 1980 por James Lord en la que resulta difícil aislar información de licencias novelísticas y el hermoso texto analítico de Yves Bonnefoy”.
Había una monografía importante, del 2012, pero en portugués: Giacometti, concebida por Véronique Wiesinger para escoltar la exposición itinerante de aquel año entre Sao Paulo, Río de Janeiro y Buenos Aires. Exploración biográfica –obras de juventud bajo la influencia de un padre artista, papel del taller en su proceso creativo…–, el libro llenó un vacío en Sudamérica.
Y es que, como lo revela una de las autoras, Cecilia Braschi, los coleccionistas argentinos se interesaron por la obra de Giacometti desde 1930 (“rico como un argentino”, se decía por entonces en Francia). Y en 1951, cuando Giacometti expuso
Quatre femmes sur socle en la Bienal de Sao Paulo, la obra fue inmediatamente adquirida por el museo de arte moderno de Río.
Desde el punto de vista documental, aquella monografía incluye cuatro de los textos más profundos del propio Giacometti sobre su trabajo y, esclarecedora también, la entrevista que le hizo en 1962 Antonio del Guercio.
Año interesante aquel 2012: fue el del lanzamiento de una nueva versión del portal de la fundación en internet (fondation-giacometti.fr), el más rico catálogo del mundo de las obras del escultor, accesible en la red. Aquella primera versión proponía un capítulo sobre el tráfico de falsificaciones, cuya denuncia es uno de los grandes compromisos de
La viuda, Annette Giacometti, conservó los elementos, las paredes pintadas, los muebles y 70 esculturas
la entidad. Un tráfico disparado en el 2010 cuando una viuda excéntrica pagó 75 millones de euros en Sotheby’s por L’homme qui marche, acaso la escultura más popular del suizo. Ese casi desierto biográfico en francés fue subsanado por Grenier con la apertura del importante archivo documental y fotográfico de la fundación, creado en el 2003 para permitir el acceso a las obras, en su mayoría invisibles desde que murió el escultor (1966). A partir de la llegada de Grenier se regularizó tanto el acceso al fondo informativo como el programa de exposiciones en Francia y el extranjero. Grenier estará el 27 de abril en Basilea, junto a Sam Keller, director de la Beyeler y con Michael Peppiat, curador independiente y amigo de Bacon.
Ese contrapunto de la obra de dos gigantes refleja una ping pong de admiración y competencia. Más abierta y franca –suele suceder– es la relación de Giacometti con escritores y poetas. “Se lo tiene por un hombre solitario y en efecto trabajaba solo en su pequeño taller y creó al margen de las grandes corrientes, pero –matiza Grenier– fue un ser extraordinariamente social”.
Beckett –una foto icónica lo muestra, bajo la lluvia, en la esquina de Hippolyte Mandrion con Alésia, a 50 metros del taller–, Genet, Bataille, Sartre, Picasso, frecuentaron a Giacometti. Lo cuenta el artista en otro yacimiento documental inagotable, el de su correspondencia. Cartas en italiano, de y a sus padres, que la fundación editará, y en francés con André Breton, su marchante Pierre Matisse, su esposa Annette, su modelo Isaku Yanaihara.
Un talento particular de Giacometti, según Grenier, “y raro en la época, fue el de reconocer las capacidades intelectuales de las mujeres y de mantener con ellas relaciones intelectuales”. Es el caso –apunta– de sus intercambios con Simone de Beauvoir, con la condesa de Noailles, con jóvenes poetas como Edith Boissonnas”.
El personaje es tan especial como su escultura. “Ni cortesano ni convencional, cómodo entre artistas e intelectuales, sin tener bagaje universitario, con amigos y amigas –escribió Grenier–, Giacometti tuvo una intensa vida nocturna, con amistades de una noche en bares y burdeles y diversas redes de familiaridad, que integraban su medio sin cruzarse. Sin olvidar su profunda relación de varias décadas con el entorno popular de su taller. Porque aquel Montparnasse era un barrio de las márgenes de París”.
Además de taller, el destartalado piso de la rue Hippolyte Maindron era escenario de diálogos de amigos, en realidad otra forma de trabajo. Los poetas eran bienvenidos. En la galería Gallimard, un dibujo de la calle vista desde el taller lleva esta dedicatoria : “A René Char, esta calle que tantas veces vimos juntos. París, 5 de noviembre de 1956”. Esa galería de diálogos entre artistas plásticos y escritores tiene historia. En 1929, apenas instalada la editorial, Gaston Gallimard expuso “40 estatuas gótico budistas traídas de Oriente por André Malraux”.
Hoy, Antoine Gallimard reinventó, en lo que fueran oficinas, 65 m2 de exposición para celebrar los encuentros entre pintura y edición, en este caso conmemorados con la edición, en un tomo, de Le visage nuptial (la escritura caligrafiada de Char acompañada por siete dibujos de Giacometti, raros porque usa lápices de colores) y Retour amont, ilustrado por cuatro aguafuertes. La exposición se llama Una conversación soberana, reflejada en mensajes como éste, de Char a Giacometti, de 1965 : “Estoy emocionado: has atravesado mis poemas como una flecha certera”.
El Institut, como parte visible de la Fundación, se inscribe por otra parte en un panorama inédito de París en el que poco a poco el arte deja el cobijo del Estado y de sus instituciones y adopta múltiples caras, de acuerdo con la vocación de las distintas fundaciones privadas, surgidas al abrigo de una modificación de las leyes impositivas.
Si la Fondation Vuitton, en el umbral del Bois de Boulogne, se ha convertido ya, con récords de visitantes para sus exposiciones, en la referencia de un nuevo estado de cosas, en el que las instituciones públicas (Louvre, Orsay, Pompidou…) no serán el único imán cultural turístico de la ciudad, Lafayette Anticipación propone un vasto espacio de arte en construcción, en el Marais. Y la Seine Musicale construida por el trío catalán de RCR Arquitectes se instala en la escena parisina.
A principios del año próximo, François Pinault, enemigo íntimo de Bernard Arnault, alma pater de Vuitton, inaugurará, en la que fuera la Bolsa de Comercio de París, una sede para su colección de arte moderno y contemporáneo, una de las más importantes de Europa en manos privadas, ya repartida en dos edificios venecianos. En ese contexto, el verano y su turismo probarán el atractivo del Institut Giacometti con esa doble propuesta de exposiciones y centro cultural.
Será el momento de hacer balance de esta novedad de lo privado en una Francia que no había cambiado mucho en la organización de la cultura y el comercio desde que Colbert (1619-1683) inventara el proteccionismo.
Tenía un talento raro en la época: reconocer la capacidad intelectual de las mujeres y relacionarse con ellas en este plano