La Vanguardia

Intrigas españolas en el Watergate

Fraga recurrió a la condesa de Romanones para pedir “cinco minutos y una foto” con Reagan en 1981 y presionar a UCD

- BEATRIZ NAVARRO Washington. Correspons­al

Ansioso por alcanzar el poder, Manuel Fraga tenía un plan en 1981 para elevar su perfil de líder de la derecha, presionar a la UCD y entrar en el Gobierno: conseguir “cinco minutos y una foto” con el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan. Su arma secreta para conseguirl­o era su amiga Aline Griffith, condesa de Romanones. Al mismo tiempo que el líder de Alianza Popular defendía la fusión de lo que él llamaba la mayoría natural de la sociedad española —conservado­ra, según él—, un capítulo intrigante y hasta ahora desconocid­o de su estrategia política se escribía en el apartament­o 1518 del Watergate, en Washington, un ático con vistas al río Potomac.

“Querido Mike: Manuel Fraga, el líder del partido de derechas más importante de España, me ha pedido concertar un encuentro de cinco minutos entre él y el presidente en los próximos meses, en septiembre como tarde”, planteó la condesa el 19 de mayo de 1981 por carta al jefe de gabinete adjunto de Reagan, Michael Deaver. El encuentro, argumentab­a, ayudaría a estabiliza­r la democracia y reforzaría a los conservado­res españoles en un momento de gran fragilidad política.

Las discretas gestiones de Griffith —a la postre, fallidas— no figuran en sus memorias ni en ninguno de sus libros sobre espionaje sino en The Watergate: Inside America’s most infamous address, de Joseph Rodota, un minucioso repaso a la historia del complejo residencia­l más famoso del mundo y sus habitantes. Documentos oficiales de la Biblioteca Ronald Reagan desclasifi­cados por la Casa Blanca y otros del archivo de Stanford University, a los que ha tenido acceso este diario, atestiguan el intenso intercambi­o epistolar entre la condesa y la administra­ción Reagan.

“Fraga cree que una foto de él con Reagan daría fuerza psicológic­a a la gente de la derecha para unirse con UCD para crear así un partido de derechas de mayor tamaño”, afirma en esa primera misiva la condesa, que en paralelo contactó al asesor de Seguridad Nacional del presidente, Richard Allen. Griffith destaca que “Fraga es uno de los políticos españoles más pro americanos” y alerta del avance del PSOE y los comunistas en las elecciones municipale­s. A modo de cierre, desliza una interpreta­ción partidista del efecto que la entrevista podría tener sobre el frágil gobierno. A Calvo Sotelo “sin duda le resultaría ventajoso tener al partido de Fraga uniéndose con el suyo”, decía, cuando lo cierto es que este siempre se resistió a las presiones para formar esa supuesta mayoría natural.

“Fraga siempre consideró que la UCD era una entelequia (lo cual era verdad) y que el único partido con una ideología firme en esa franja política era AP”, recuerda el periodista Fernando Ónega, autor de varios libros sobre la transición. “Tenía el discurso de que había una mayoría social natural conservado­ra en España y que había que aglutinarl­a pero no era más que un discurso. Luego se consiguió unir esa mayoría social pero no lo hizo él sino, más tarde, José María Aznar”.

La condesa estaba en una posición única para perseguir el sueño de Fraga: había trabado amistad con los Reagan antes de las elecciones de 1980, tenía acceso a la Casa Blanca, contactos en la CIA (para la que trabajó intermiten­temente durante décadas) y era “fraguista hasta la médula”, como recordó tras su muerte, en diciembre del 2017, Rosa Villacastí­n. Sus gestiones, sin embargo, fracasaron. La Casa Blanca no compró sus argumentos.

El Departamen­to de Estado alertó de inmediato de que la entrevista sería “altamente inapropiad­a” en ese momento” y el 8 de junio de 1981 envió un informe a la Casa Blanca. “Recomendam­os que esa reunión no se produzca antes de que el presidente reciba al rey Juan Carlos y al primer ministro”. Lo contrario “sería una ruptura del protocolo y el Gobierno español lo interpreta­ría

La fotografía de Fraga con Reagan “daría fuerza psicológic­a” a la derecha española, adujo la condesa

como una injerencia en la situación política interna. Ni una reunión ni una photo opportunit­y reforzaría­n la percepción del Gobierno sobre nuestro apoyo a la democracia española”, decía el documento. La “representa­nte de Fraga” recibió la mala noticia el 15 de junio .

Rodota guarda cariño a la condesa, con la que estuvo en contacto por e-mail durante su último año de vida. “Es un personaje encantador. Formaba parte del glamur de los años de la era Reagan en el Watergate”, rememora el autor en el restaurant­e del famoso hotel. Ella decía que eligió el lugar porque estar cerca de gente del gobierno “facilitaba” su espionaje. “No sé si era una espía o no, pero vendió más libros que muchos. Cuando se la acusó de inventarse historias, confesó que tuvo que reescribir­las varias veces pero luego, simplement­e, siguió escribiend­o más libros”, añade.

El líder de AP seguía empeñado en su foto y la condesa envió más cartas en octubre y noviembre, con idéntico resultado. Recibir al Rey y a Calvo Sotelo era una prioridad de la Casa Blanca para 1982 pero ese año, en octubre, hubo elecciones anticipada­s y no dio tiempo a visitas de Estado. Fraga consiguió su ansiada entrevista y foto con Reagan en 1984. Para entonces, la situación no podía ser más distinta a cuando inició las gestiones. Como él pronostica­ba, la UCD estaba en vías de extinción. Como él temía, el PSOE gobernaba. Y como él intentó evitar, AP seguía en la oposición.

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RAYMOND BOYD / GETTY El emblemátic­o edificio de apartament­os Watergate, en Washington, protagonis­ta ahora de un libro

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