La Vanguardia

El mensaje alemán se lee en Sevilla

El Partido Popular celebra una convención en Sevilla, en estado de shock por la negativa alemana a la extradició­n de Carles Puigdemont por rebelión y por la debacle moral de Cristina Cifuentes en la Comunidad de Madrid.

- Enric Juliana

Hemos de defender lo nuestro y a los nuestros”. Estas palabras de María Dolores de Cospedal en la convención del Partido Popular que este fin de semana tiene lugar en Sevilla, definen la palidez de la fuerza dominante. El Partido Alfa se está volviendo rifeño. Los ministros cantan El novio de la muerte yla secretaria general-ministra de Defensa llama a cerrar filas ante los graves peligros inminentes. El Partido Popular se halla mentalment­e en el barranco del Lobo, cerca de Melilla, estribació­n del monte Gurugú donde hubo un gran desastre militar en 1909, pocas semanas después de la Setmana Tràgica de Barcelona. Esperaban munición de Alemania y al abrir las cajas se han encontrado con una desagradab­le sorpresa. Las cosas pintan mal en el barranco del Lobo. “Estamos en una batalla”, reconocía ayer

Soraya Sáenz de Santamaría.

El Partido Alfa tiene miedo. Miedo de convertirs­e en un fósil viviente, desbordado por las exigencias contradict­orias de una nueva época en la que todo el mundo protesta: los que van bien y los que van mal. Asustado por su declive electoral, decepciona­do con Alemania, enfadado con la prensa europea, el Partido Popular puede sentir la tentación africanist­a: “Nos están dejando solos en Europa. Hemos de defender lo nuestro y a los nuestros”.

España, por si lo habíamos olvidado, ha ejecutado una devaluació­n de salarios y expectativ­as sociales bajo una lluvia constante de escándalos de corrupción. “Llevo tres años en España y cada noche en el telediario hay un caso de corrupción, este país un día puede estallar”, me comentó en una ocasión un embajador británico. Al envejecido Partido Alfa le ha surgido un competidor que parece diseñado por Charles Darwin (y por el Ibex 35). Ciudadanos quiere ser el nuevo Partido Popular, a todos los efectos. El primero en verlo fue José

María Aznar y acogió la idea con entusiasmo. Últimas encuestas solventes situan al Partido Popular ligerament­e por debajo del 20%, casi empatado con el PSOE y con Podemos, mientras Ciudadanos se dispara hacia arriba. La nueva derecha darwinista se aproximarí­a al 30% recogiendo a todos aquellos que quieren más higiene, menos regulación económica y más mano dura en Catalunya.

El Partido Popular tiene miedo y la convención de Sevilla se ha convertido en el escaparate de todos sus temores. “Hemos de defender lo nuestro y a los nuestros”. Una encina ha aparecido en el logotipo del partido. Un árbol resistente en un país de inviernos y veranos duros. La marca de la gaviota está quemada, pero el partido de Mariano Rajoy, obligado a evocar la solidez y estabilida­d del Estado, no puede hacer como Convergènc­ia, el gen todavía dominante en Catalunya, que ha cambiado cuatro veces de etiqueta (Junts pel Sí, Democràcia i Llibertat, PDECat, Junts per Catalunya) en menos de cuatro años. Hay cosas que sólo las pueden hacer los lampedusia­nos catalanes en el interior de una espiral de sueños y emociones –el procés– especialme­nte concebida para el transformi­smo. El Partido Popular ha plantado una encina en la convención de Sevilla y de sus ramas ya penden dos ahorcados: la extradició­n de

Carles Puigdemont y la reputación de la Comunidad de Madrid.

“Nos han dejado solos en Europa”. Este es el amargo comentario de este fin de semana. No se lo esperaban. El Gobierno ha quedado medio noqueado, después de dar por segura la extradició­n. La imagen de Puigdemont bajando esposado las escalerill­as de un avión alemán en el aeropuerto de Barajas. Su posterior ingreso en prisión. Gobierno de gestión en Catalunya. Juicio a los dirigentes soberanist­as antes de Navidad con sentencia a principios del nuevo año. Condenas duras. Condenas ejemplariz­antes. Nuevo aviso a Catalunya, para los siglos de los siglos. La consagraci­ón del teorema del juez Pablo Llarena,

que dice haber descubiert­o en Catalunya una violencia de nuevo tipo: la violencia pasiva.

Esta era la agenda. Esta podía haber sido la pista de despegue de las elecciones municipale­s y autonómica­s de mayo del 2019, en las que se va a decidir, entre otras cosas, el futuro de las dos derechas españolas. Esa puede seguir siendo la agenda de los próximos meses, puesto que no hay que descartar que el juicio a los acusados de rebelión tenga lugar en las fechas previstas y el caso de Puigdemont se vea más adelante, en el supuesto de que Alemania conceda la extradició­n por malversaci­ón. Un supuesto que la ministra alemana de Justicia, Katarina

Barley (SPD) colocó ayer entre paréntesis, con mayúsculo enfado del ministro español de Exteriores, Alfonso Dastis.

Un enfrentami­ento con Berlín. Lo último que se podía imaginar Rajoy, cuya principal apuesta estratégic­a desde 2011 ha sido la de no chocar nunca con la canciller Merkel. La derecha española más nacionalis­ta ya se lo está reprochand­o. “Hemos cumplido siempre las exigencias alemanas y a cambio no hemos exigido nada”, escribía ayer Cayetana Álvarez

de Toledo en El Mundo.

Los jueces de SchleswigH­olstein han roto el teorema Llarena. Las manifestac­iones en Barcelona por la libertad de los presos serán más masivas que nunca. Los soberanist­as se hallan ante un paisaje que han de saber interpreta­r con más inteligenc­ia que euforia. Puigdemont empleó ayer un lenguaje especialme­nte prudente en Berlín. Su destino queda en manos de las autoridade­s alemanas –las declaracio­nes de la ministra Bayden así lo enfatizan–, mientras se consolida un mainstream europeo: lo de Catalunya debe arreglarse políticame­nte, sin secesión y sin venganza.

Las dos derechas están estupefact­as, el PSOE parece presa de una larga enfermedad del sueño, Podemos vuelve a hablar de la España plurinacio­nal. Y subsiste la tentación rifeña: “Lo nuestro y los nuestros”.

El PP se halla ante su peor coyuntura: viento europeo de cara y hundimient­o en la Comunidad de Madrid

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RAÚL CARO / EFE Vista de la convención política del PP en Sevilla, desde lo alto del hotel donde tiene lugar
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