La Vanguardia

Ya les suspenderá la vida...

- Joaquín Luna

Al final, tenía razón aquel catedrátic­o de Derecho de la Universida­d de Barcelona que aprobaba a todos sus alumnos con el argumento de que ya les suspenderí­a la vida.

La señora Cristina Cifuentes, presidenta de Madrid que no del Atlético de Madrid, tiene un máster y nosotros una duda: ¿qué méritos son exigibles para vivir del erario en España?

Yo, en esto, prefiero la vía catalana de los últimos tiempos, más cercana al espíritu anglosajón del self-made man ola self-made woman –las personas hechas a sí mismas– aunque, por si acaso, a todos los niños rubitos les machaco con la cantinela:

–¡Sobre todo estudia! ¡Si no estudias terminarás de presidente de Catalunya o de alcaldesa de Barcelona!

Aquí no andamos con másters, gominas para el pelo ni oposicione­s y tenemos, para admiración de Europa, una alcaldesa que no terminó la carrera de Filosofía –por dos asignatura­s, eso sí– y un expresiden­t, Carles Puigdemont, sin licenciatu­ra universita­ria y al que hay que reconocer don de gentes, disponibil­idad para viajar y facilidad

Es absurdo falsificar un máster: ¡se puede presidir Catalunya o Barcelona sin licenciatu­ra universita­ria!

para los idiomas.

El paradigma anti-licenciatu­ras de Catalunya es único en la Unión Europea y deja atrás los tiempos en los que una vicepresid­enta presumía de licenciada en Psicología aunque le faltasen asignatura­s. El asunto es complejo porque si los servidores públicos están llamados a dar ejemplo, ya me imagino a un aspirante a la plaza de monitor de colonias en L’Estartit:

–¿Un título? ¡Yo no tengo títulos! Uno no sabe si llorar más con la verdad o la mentira pero lo que sí envidia es un Estado –como la vecina Francia– donde los que mandan tengan estudios, carreras de verdad y sean eficaces, algo decisivo en el mundo empresaria­l: las mentiras cuelan menos y los esfuerzos rentan más.

A mí que Francisco Roig o Amancio Ortega tengan licenciatu­ra, máster o una tesis sobre el comercio de Ultramar me la trae al pairo. La cosa escuece cuando las personas cobran del erario y no contribuye­n al progreso, bien por mentirosos, bien por incompeten­tes. Así somos, un poco jetas, algo fantasmas, españoles y catalanes, deslumbrad­os por títulos rimbombant­es importados de América del Norte o por la picaresca del engaño. Yo, sin ir más lejos, fui redactor jefe de Internacio­nal del diario desde el 2005 hasta el 2014 y hay quien se arroga tan insignific­ante mérito en toda una web de la Generalita­t, lo cual es una mentira poco edificante en un cargo público.

La señora Cristina Cifuentes quería un máster: siempre queda fino y realza la figura aunque sea a expensas del esfuerzo y el prestigio ajeno. El de los miles de personas que se sacrifican por ampliar conocimien­tos, estudian sin padrinos y terminan enfrentánd­ose a empleos donde se les exige formación, conocimien­tos de inglés y aptitudes conforme al salario, muchas veces de mierda.

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