Nosotros
Aunque nacemos y morimos solos, la dimensión humana más profunda tiene que ver con el camino compartido. Es evidente que el desarrollo del yo es fundamental para una vida llena. Pero también es un hecho que somos animales asustados y frágiles que nos fortalecemos en la compañía, y que es en la convivencia donde alcanzamos la excelencia de las emociones. Convivir con nuestros círculos de proximidad, familia, amigos, compañeros, nos completa y nos mejora, porque escribir el libro de la vida a muchas manos es una forma maravillosa de vivir. Como dijo Bécquer, la soledad es muy bonita... cuando se tiene alguien a quien explicarle. Me abono a esta convicción, tanto como me alejo de la idea de Sartre de que el infierno son los otros. Puede haber otros que son infernales, pero no es infernal la alteridad.
Si el convivir es, pues, un verbo hermano del vivir, la complicidad nos otorga el sustantivo. Creamos círculos de complicidad que nos dotan de empatías y de sinergias que dan sentido al nosotros que vamos construyendo. Pero a diferencia de la convivencia, que se conjuga entre conocidos, la complicidad es una espesa telaraña hecha de emociones, impresiones y memoria colectiva que también se
Es una complicidad surcada en la represión y el dolor, pero también en la resistencia y la firmeza
conforma entre personas ajenas. Es la que teje la identidad de una etnia, de una sociedad o de un pueblo, aquello que llamamos el sentido de pertenencia. Y cuando esta complicidad vive momentos de alta tensión emocional, se fortalece el sentido colectivo.
Es lo que está pasando estos últimos tiempos en Catalunya, donde el vaivén emocional es de tal magnitud, que transitamos, en tiempo récord, de la euforia a la desolación, de la desolación a la esperanza, de la esperanza a la alegría, de la alegría a la euforia, y ritornello.
Gozamos y sufrimos sentimientos compartidos con tal fuerza, que personas que nunca habríamos sido próximas lloramos al mismo tiempo y al mismo tiempo nos alegramos. Los últimos días en el Parlament, el 1 de octubre, el exilio del president y de varios líderes catalanes, los encarcelamientos de los otros líderes, las manifestaciones, la gran causa contra Catalunya, la brutalidad de las imputaciones, la detención de Puigdemont, la angustia de los primeros días, la euforia de su liberación... un cuadro completo de emociones profundas que nos han unido como pueblo, más allá, incluso, de los vínculos históricos que nos definen como nación. Cualquiera de nosotros puede explicar anécdotas de abrazos espontáneos, llamadas de gente lejana que nos transmiten su alegría o su angustia, esperanzas y desazones que cabalgan por los grupos de WhatsApp e, incluso, diferencias ideológicas del pasado que quedan limadas por la rotundidad abrupta del presente. Es una complicidad surcada en la represión y el dolor, pero también en la resistencia y la firmeza. Y de esta complicidad, nace una Catalunya más verdadera, más intensa, más reforzada.