La Vanguardia

La privatizac­ión de la intimidad

- Llucia Ramis

Stefan Zweig escribió la novela en 1913. Se titula Miedo .Ypublicada por Acantilado, cuenta la historia de una mujer que, aburrida de su vida –ocho años de matrimonio, dos hijos–, inicia una relación secreta con un pianista bohemio. Otra mujer la descubre y le hace chantaje. La posibilida­d de perderlo todo se convierte en la peor pesadilla de la protagonis­ta.

Al menos ochenta y siete millones de usuarios de Facebook estuvieron expuestos a la empresa de análisis vinculada a la campaña de Donald Trump, acusada de utilizar sus datos para influir en las elecciones estadounid­enses. La aplicación de contactos Grindr ha compartido con varias compañías datos como si sus clientes son portadores del VIH. Antes de que salga mi vuelo, Google avisa: “Es hora de ir al aeropuerto”. Google lee mis e-mails, me anuncia productos y destinos que he mencionado en algún sitio. Pide que puntúe la cafetería en la que estoy desayunand­o. Y si frecuento algún local, si visitarlo forma parte de mis costumbres, va indicándom­e a cuántos minutos me encuentro de allí, o si está abierto o cerrado. En apariencia, me brinda un servicio. En realidad me recuerda que no puedo escapar.

Hace unas semanas tomaba el té con un colega periodista, cuando un desconocid­o publicó en Twitter una foto nuestra hecha a mis espaldas, así como algunos fragmentos de la conversaci­ón que tuvimos. Por suerte no dijimos nada compromete­dor, pero me acordé de Miedo. Sentí ese miedo, incluso. Y estuve todo el día girándome para comprobar que nadie me seguía.

Cuando nos venden el control como medida de seguridad, los conformist­as concluyen que no hay nada que temer si no hay nada que ocultar. Pero la libertad consiste en poder decidir qué se muestra y qué no, de uno mismo. Exhibimos nuestra vulnerabil­idad con excesiva confianza. Al contrario que la mayoría de animales, que se camuflan por instinto de superviven­cia, el humano se jacta de estar siempre en algún sitio. ¡Hola, estoy aquí!, grita como un pavo. ¿Existe blanco más fácil que el que está localizado?

Internet nos invita a reseñar cada uno de los lugares por los que transitamo­s. Pero, ¿qué pasaría si cambiaran las condicione­s y nos obligaran a pagar para que ese dato no trascendie­ra? ¿Qué pasaría si tuviéramos que abonar una cuota o peaje a cambio de preservar nuestra intimidad? Imaginemos que el geolocaliz­ador de Google detecta que cada viernes voy a la casa de un pianista bohemio con el que intercambi­o muchos mensajes de WhatsApp. La compañía cruza datos con mi perfil de Facebook, donde aparezco posando con mis dos hijos y mi marido. Le consta que el pianista utiliza Tinder, y que los martes suele visitarlo otra mujer casada, detalle que desconozco. ¡Sería tan fácil hacernos chantaje como en la novela de Zweig! ¡Tan fácil lograr que lo perdiéramo­s todo! Y como la novela de Zweig, resulta aterrador.

Le consta que el pianista utiliza Tinder y los martes suele visitarlo otra mujer casada, detalle que ignoro

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