La Vanguardia

Aquel huerfanito del Raval

- JOAN DE SAGARRA

El 2 de abril se cumplieron quince años de la muerte de Terenci Moix (Barcelona, 1942 – 2003). Terenci Moix, “escriptor icònic, estimadíss­im i difícil de situar en una societat que sembla que només té lloc per a un ocupant oficial de cada casella cultural”, escribe Borja Bagunyà en el Quadern de El País

(29 de marzo). “Moix –escribe Bagunyà– no encaixa en la de Gran Escriptor Oficial, ni en la d’Alternatiu Oficial, ni en la de Post Modern Oficial. Tampoc es deixa agafar com a Model de Llengua Literària ni com a Hereu de Catalans Il·lustres, de manera que parlar-ne suposa enfrontar-se a la complexita­t d’un llegat heterogeni i bilingüe, canònic i contracanò­nic. Què hem de fer d’en Moix? Com el pensem?”.

Estoy de acuerdo, en parte, sólo en parte, con el juicio de Borja Bagunyà –para mí, Terenci Moix es un heredero de los catalanes ilustres, sin mayúscula y sin oficialida­d alguna–, y comprendo que, para algunos universita­rios, herederos de la cultureta, por pecado o por omisión, les resulte difícil encajarlo en eso, en el mundo de la cultureta, que sobrevive, la muy puñetera, a los dictados de aquella vieja pareja, “la pareja” (Castellet y Molas) como la llamé en su día, una pareja hoy inexistent­e y, lo que es peor, sin tricornio. ¿Qué hacemos de Moix? Pues, para empezar, leerlo, releerlo en mí caso. Borja Bagunyà termina su escrito con estas palabras: “A l’inici de la seva meravellos­a biografia sobre Moix (El tiempo es un sueño pop,

RBA, 2012), Juan Bonilla observa que, amb la mort de Moix, les vendes de les seves novel·les van baixar estrepitos­ament, ben bé com si el personatge públic s’hagués menjat l’escriptor, o hagués estat la raó principal perquè se’l llegia”. Y termina: “Ara que se’l reedita, Moix torna a proposar un repte al món literari català. Si estem a l’altura de la provocació, llegir Moix després de Moix, sense Moix, pot ser, paradoxalm­ent, el millor que li passi a la seva obra”.

¿Leer a Moix después de Moix, sin Moix? Por lo que a mí respecta, me resulta la mar de difícil. Porque cuando leo, releo a Moix, lo tengo a mi lado, vivito y coleando. “Pero usted, señor de Sagarra –me dirá el universita­rio, hijo o nieto de la cultureta, sin tricornio– es un caso excepciona­l. Usted es aquel Oriolet de Manllé, “crític teatral i fill de poeta”, que cierra El Sexe dels àngels de Moix, tomando copas, whiskies y más whiskies, Rambla abajo, con su amigo Lleonard (Terenci, uno de los múltiples Terenci), camino de la estación de Francia, a ver cómo se le escapa hacia Francia aquel tren que usted jamás tomará”. Cierto, pero eso no quita que cuando yo leo, releo El Sexe dels àngels, y veo a Lleonard hablando con el señor Pinyol, director de la Banca Catalònia y creador de la frase “Bastim la pàtria amb maons de fe”, o cuando le veo conversar con Elisenda Castells, la Castellona (Maria Aurèlia Capmany), o con Núria Valls, “escriptora jove marxista i feminista” (Montserrat Roig), lo tenga a mi lado, vivito y coleando, como si leyese una novela de un irlandés o de un napolitano que me está hablando de su parroquia, de su cultureta.

El pasado fin de semana me zampé las 550 páginas de El sexe dels àngels y me lo pasé la mar de bien. Empecé a leerlo en el avión, camino de Varsovia y lo terminé allí, en una terraza tomándome unas copas con mi nieta. “¿Qué lees?”, me preguntó Agomar. “Un libro de un bandarra simpático, seductor, brillante y posesivo que conocí hace años. Una criatura solitaria, trágica, cuando no patética, que disfrutaba inventándo­se identidade­s. Un catalán –le dije–, cuatro años más joven que yo, que se hacía pasar por un huerfanito del barrio del Raval al que un buen día, a la salida de almorzar en Casa Leopoldo, se lo encuentran Onassis y la Callas, quienes lo adoptan y se lo llevan a Alejandría para que estudie en los jesuitas, donde el niño aprende el griego clásico y el inglés. A los nueve años es sodomizado por E. M. Forster y a los dieciséis se convierte en el chulo del embajador británico (el del Cuarteto del tío Larry), el cual lo matricula en Oxford para que estudie Egiptologí­a… Se llamaba Lleonard y lo quise mucho”. Agomar se quedó con el libro (la edición de Planeta, de 1992). Espero que le guste. Y estoy convencido de que cuando Agomar –diecisiete años– lea lo que Joan Marset (Josep Pla) les suelta a Lleonard y a Núria Valls –que van a entrevista­rlo en “el cèlebre Mas L’Esquerp”– sobre la “literatura clerical” de los años de aquella cultureta en la que “els novel·listes del diumenge a la tarda han substituït els capellans”, unos novelistas que cambian las sacristías por un despachito en la Banca (Catalònia), la Caixa o la Enciclopèd­ia y de los que Marset, entre jocoso y escandaliz­ado, le suelta a la joven pareja: “Com volen que escriguin bons llibres, si fins i tot per pelar-se-la han de demanar permís a la feina?”, estoy convencido de que mi nieta –polaca para más inri– soltará una carcajada como solté yo al leerlo.

¿Qué hacemos de Moix, cómo lo pensamos? Métanlo donde quieran, piénsenlo como quieran. Pero léanlo. En El sexe dels àngels, Terenci va mucho más allá, sin salirse, de la Gran Encisera. Lo dicho, puede ser la novela de un irlandés o de un napolitano. Para mí es la novela de Lleonard, aquel huerfanito del barrio del Raval al que un buen día, a la salida de Casa Leopoldo, Onassis y la Callas se lo encuentran, lo adoptan, etcétera, etcétera.

PS. Se nos murió, se me murió Paco Camarasa, el chico de la Negra i Criminal, la librería que él y su pareja Montse Clavé –me es imposible imaginar a Paco sin Montse–, abrieron el año 2002 en el número 5 de la calle de la Sal, en la Barcelonet­a. Paco, librero, amigo, te encontraré, te encuentro a faltar.

Terenci Moix es para mí un heredero de los catalanes ilustres, sin mayúscula y sin oficialida­d alguna

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DAVID AIROB/ARCHIVO Terenci Moix, en una imagen tomada hace ahora veinte años
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