La Vanguardia

El poder de la inmortalid­ad

CATALINA OLIVER DE LACY (1958-2018) Médico especialis­ta en ginecologí­a y obstetrici­a

- HUGO DE LACY

Caty. Catalina. Mamá. Diferentes nombres para una misma persona. Pero con un atributo común: amor. Mi madre sentía amor por su marido, sus hijos, su madre, sus hermanos, su familia y sus amigos. Pero no sólo por toda aquella persona con la que tenía algún vínculo, sino por la humanidad en general. Fue, es y será siempre un ejemplo de la mayor expresión del término bondad.

La gran mayoría de nosotros pensamos y decimos que nuestras madres son las mejores del mundo, que no nos podrían querer más, y dejadme decir que así es. Una madre lo es todo, absolutame­nte todo, no me he cansado de decirlo. Nuestras madres nos dieron la vida, nos guiaron y protegiero­n en nuestro proceso de maduración, y siempre seremos la luz de sus ojos. En mi caso, permitidme afirmar que mi madre fue el mayor regalo que esta vida pudo y podrá darme jamás.

No he sido un hijo fácil. Los que me conocéis bien lo sabéis. No obstante, mi madre falleció repitiendo y repitiendo cuan orgullosa estaba de mí, lo contenta que estaba por abandonar este mundo sabiendo que uno de sus principale­s objetivos vitales se había cumplido: ver que la “oveja negra” de la familia, con connotació­n cariñosa, se había convertido en la persona que ella siempre tuvo en mente.

Mi madre me enseñó que la intención lo es todo, nada sucede en este mundo, ya sean éxitos o fracasos, sin la intención personal que cada uno de nosotros aplica a sus objetivos. La intención no entiende de edades, posiciones sociales, sexo, religión o cultura, la intención es una herramient­a perenne que nos diferencia del resto y marca nuestras vidas. En efecto, ahora puedo decir que sé que mi intención durante el resto de mis días será honrar la memoria de mi madre siendo la persona que ella siempre quiso que fuera.

Hace años aprendí que el ser humano inmaduro comete muchas veces el error de no valorar lo que tiene hasta que lo pierde. Es una regla que se aplica en algún momento a la gran mayoría de nosotros. Pero las reglas existen porque existen excepcione­s que se desmarcan de ellas y en mi caso, la excepción fue mi madre: desde que tengo uso de razón he valorado y amado cada milímetro intrínseco de su persona. Y ello me da una paz interior que agradeceré eternament­e.

Este discurso es personal y obviamente enfocado a la relación Mamá-Hugo. Pero obviamente debo dejar constancia de los otros dos hombres de su vida: mi padre y mi hermano. Todo lo que he dicho se aplica a sus personas, pues mi madre los amaba y admiraba sin límites. Cómo no iba a hacerlo, si son muchísimo mejores que yo. Fuimos, somos y seremos sus tres hombres, los hombres que más la quisieron, admiraron y mimaron de este mundo. Quiero dar especialme­nte las gracias a mi padre, el hombre de su vida, el hombre de sus sueños, el hombre que me ha enseñado lo que es sentir amor verdadero por una mujer, el hombre que, junto con mi madre, son las personas que habitan el trono del olimpo de los dioses.

Dejadme finalizar predicando con el ejemplo de mi madre. Os pido a todos y a todas que valoréis lo que tenéis, que améis lo que os rodea y cuidéis de vuestros sueños. Si fracasáis, volved a fracasar, fracasad mejor que la vez anterior hasta que consigáis lo que os habíais propuesto. Cread vuestra propia realidad eligiendo vuestro futuro y sed agradecido­s de la oportunida­d que se os ha dado. Vivid la vida con pasión, anteponien­do el resto a uno mismo. Es en esa combinació­n en donde reside la inmortalid­ad. Y cuando las desgracias lleguen, que llegarán, recordad que no importa lo que a uno le sucede, lo que realmente importa es lo que hacemos al respecto.

Hablando de eternidad, muchos me habéis comentado que mi madre volvió a la vida para despedirse de mí y de nosotros. Permitidme decir que no estoy de acuerdo. Mi madre se despertó y lo primero que me dijo fue “hola mi amor, aquí estoy y te quiero”. En efecto, mi madre volvió a la vida no para despedirse, sino para decirme que jamás se iría, que siempre estaría con nosotros. Que no hay adiós que valga. Al fin y al cabo, las personas únicas jamás mueren. Son eternas.

Te quiero Mamá.

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FAMILIA DE LACY

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