¿Fractura en la Iglesia?
El quinto aniversario del papado de Francisco muestra dos caras antagónicas. Por un lado, la fidelidad entusiasta de los creyentes, dados en general a la admiración acrítica, cariñosa y filial de los papas, sea cual sea su comportamiento y su maestría doctrinal. Y por otro, la visión cada vez más reticente de las élites clericales y el entorno vaticano.
Entre los creyentes y el bajo clero, la popularidad de Francisco quizá ha perdido cierto esmalte, pero sigue siendo una personalidad queridísima. Se elogia su sinceridad y sencillez. Se admira su coraje y la fuerza sugestiva de su pensamiento. En general, los creyentes dan por hecho que la aportación principal de Bergoglio es la de un cristianismo esencial. Esto les provoca cierta tensión íntima: y es que la cruz del cristiano, si quiere ser auténtica como Francisco proclama, no es fácil de llevar.
Pero entre las élites clericales, la figura de Francisco, pasados los primeros años de ventosa irrupción, empieza a acumular nieblas, disensos, obstáculos. Dos años atrás, cuando el Papa ya había conseguido crear un clima favorable a la misericordia, que permitía a la Iglesia abrazar sin reticencia a los divorciados y los gays, un grupo de cardenales (Brandmüller, Meisner, Caffarra y Burke) iniciaron abiertamente las hostilidades, hasta entonces larvadas, denunciando la encíclica Amoris Letitia y acusando al Papa de causar confusión en aspectos claves de la doctrina.
Desde entonces, se han sucedido las ocasiones conflictivas. Estos días, por ejemplo, se habla mucho de la cuestión china y se afirma gratuitamente, con intención de poner contra las cuerdas la gestión de Francisco, que el Vaticano está negociando, por realpolitik, el visto bueno del presidente Xi Jinping, a la hora de nombrar obispos, lo que implicaría, no sólo aceptar el catolicismo tutelado por el comunismo, sino sacrificar a la iglesia clandestina.
También estos días hierve la olla crítica a propósito de la enésima entrevista que Eugenio Scalfari ha publicado a partir de una conversación con Bergoglio realizada sin grabaciones ni notas. Scalfari, además deformar el lenguaje papal, hace afirmar a Francisco que el infierno no existe, lo que ha levantado una enorme polvareda, obligando a la prensa vaticana a desmentir la entrevista. Se considera horroroso que el Papa haya vuelto a hablar con este ateo cultísimo y engreído, encarnación del laicismo italiano. Se critica que Francisco quiera tener conversaciones con un periodista de quien ya se sabe que deformará las posiciones del pontífice. Pero esta crítica olvida que el “atrio de los gentiles”, propugnado por Benedicto XVI, no era una propuesta retórica, sino una necesidad de la Iglesia: el diálogo con el otro siempre tiene costes, siempre causa erosiones. Benedicto XVI lo propugnaba, Francisco lo practica indiferente a la erosión; y los adversarios de Bergoglio lo aprovechan para escandalizarse.
Pero el gran ataque se produjo el mes pasado, con el pretexto de una carta que Benedicto XVI escribió elogiando una colección de libritos dedicados a la teología de Francisco. Dario Viganò, director de la Secretaría de comunicación del Vaticano, leyó en público un fragmento de la carta de Ratzinger: el del elogio. El nivel de la teología de Francisco, sostenía Ratzinger, demuestra la falsedad del tópico que distingue dos papas. Venía a decir Ratzinger: ni yo soy un teólogo desligado de la gente, ni Francisco un cura sin formación. Pero la secretaría de comunicación escamoteó un fragmento de la carta en la que Benedicto XVI lamentaba que, entre los comentaristas invitados a comentar la teología de Francisco, estuvieran teólogos que combatieron duramente el pontificado de Juan Pablo II y el trabajo de Ratzinger. Al hacerse pública tal omisión, el escándalo estalló. Viganò dimitia. Los adversarios de Francisco habían conseguido una gran victoria: un texto de Ratzinger disgustado con Francisco.
No importa que los dos papas estén de acuerdo en lo esencial; ni que la carta fuera privada. Se trata de condenar el actual pontífice en nombre del precedente. Ratzinger sería la fortaleza de la ortodoxia; Francisco, la rendición de los católicos al relativismo. Esta es la herida que los críticos de Francisco profundizan. Olvidan que Benedicto XVI y Francisco se complementan. Francisco redondea el formidable pensamiento de Ratzinger (en el que fe y razón concuerdan) con el amor fraternal, esencia del cristianismo. Quien se proponga fracturar la fraternidad, fracturará también la Iglesia.
Los adversarios del papa Francisco han conseguido una gran victoria: un texto de Joseph Ratzinger disgustado con Francisco