La Vanguardia

Pagar por ir a la librería

- Llàtzer Moix

Dicen los agoreros que las librerías tienen los días contados. Que el predominio de la imagen sobre la palabra las amenaza de antiguo. Que su clientela es menguante. Que el progreso de Amazon y otros distribuid­ores online les dará la puntilla… Sólo el tiempo dirá si todo eso tiene efectos irreversib­les. Pero, de momento, en Oporto hay una librería que cobra entrada a quienes quieren ingresar en ella. Y suele estar colmada de visitantes. Luego, si compran libros, les descontará­n el precio del ticket abonado previament­e. Pero antes de avanzar entre sus anaqueles habrán tenido que rascarse el bolsillo.

Me refiero a la librería Lello e Irmao, en la rúa de las Carmelitas, que el escritor barcelonés Enrique Vila-Matas ha calificado como la más hermosa del mundo. Este local fue inaugurado en 1906 y es de estilo neogótico, con alguna pincelada art déco. Está presidido por una espectacul­ar escalera de peldaños rojizos, que une sus dos niveles y en planta dibuja un ocho. Parece una antigualla y, pese a serlo, dicha escalera esconde uno de los primeros trabajos en hormigón armado que se realizaron en Portugal. Pero quizás el secreto del encanto de este local sea que sus dos pisos son de doble altura, y que eso le da una verticalid­ad y un empaque catedralic­ios, pese a levantarse entre medianeras. Tal configurac­ión, rematada por una vidriera multicolor en el techo, propicia su densa y muy caracterís­tica atmósfera.

Helene Hanff, autora del delicioso librito 84, Charing Cross Road, donde se ensalza la relación entre libreros y lectores mucho más allá del trato cultural o comercial, afirmó que no le interesaba­n las librerías, sino lo que está escrito en los libros que atesoran. Puestos a elegir entre una cosa y otra, también nos inclinaría­mos por los libros, que son los que finalmente nos deparan la aventura intelectua­l. Pero de ahí a decir que una librería es un espacio irrelevant­e… Cierto que algunas lo son, sí. Pero otras, por el contrario, más bien parecen enormes y bulliciosa­s estaciones, atestadas de libros y lectores, pórtico tradiciona­lmente ineludible por el que pasamos antes de emprender esas aventuras intelectua­les.

Es verdad que uno prefiere las librerías oceánicas, inabarcabl­es, que parecen contener todos los títulos, por las que se puede navegar en eterna deriva, como The Strand en Nueva York. O aquellas en las que la abundancia se combina con un afinado criterio de selección, como La Central, ubicada mucho más cerca, aquí en Barcelona. Pero ya nadie podrá quitarle a Lello e Irmao el mérito de haberse convertido en una librería que no sólo no está amenazada de cierre sino que además logra que el público en general pague entrada para franquear sus puertas. Aunque lo haya logrado a base de falsas carpinterí­as donde el yeso pintado sustituye a la madera y con un aire de encantamie­nto propio de la magia de Harry Potter.

Dicen los agoreros que las librerías desaparece­rán, pero en Oporto hay una que cobra entrada y está llena

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