La Vanguardia

“Si le ofrecen un sueldazo, desconfíe”

Tengo 70 años: sigo buscándome. Soy irlandés. He participad­o en el Foro EFQM. He enseñado en Oxford, el MIT y la London Business School. Fui directivo de la Shell, presidí la Royal Society of Arts; soy honoris causa por 12 universida­des y comendador de la

- ELISABETH HANDY LLUÍS AMIGUET

Mi padre era un tipo gris. Fue pastor protestant­e en una oscura parroquia irlandesa durante 40 años. Yo había huido ya muy joven de aquel sitio donde nunca pasaba nada. Me irritaba su mediocrida­d y la de mi padre, que parecía feliz chapoteand­o en aquella charca de provincias. Me dieron la noticia de la muerte de mi padre en una reunión de negocios en París.

¿Le afectó?

Yo entonces era un alto directivo de la Shell y profesor de la London Business School; acababa de triunfar con mi primer libro, era papá de dos niños preciosos, con casa en el campo y en la ciudad y empezaba a ser famoso... ¡Éxito! La muerte de mi padre era un engorro en mi agenda superapret­ada.

¿Qué hizo usted?

Iba a una ceremonia familiar, íntima, discreta, como la vida de mi padre, cuando, al llegar, vi que la policía abría el camino a una caravana inmensa de coches. La gente había invadido los sembrados cercanos a la parroquia, no se podía contener a la muchedumbr­e... Reconocí algunas caras: niños del coro de la parroquia que hoy eran hombres y mujeres, decenas de amigos que habían venido de todos los rincones de Irlanda y de Gran Bretaña, había cientos de personas...

¿Lo esperaba?

Por Dios, no. Estaban allí, muchos llorando y recordando buenos momentos. Mi padre había bautizado a decenas de aquellos hombres, había casado a otros, había enterrado a sus familiares... Les había consolado en momentos difíciles...

Y ellos no habían olvidado.

No. Y yo empezaba a despertar de un sueño... Cuando todos se fueron, me senté y pensé: “¿Quién demonios vendría a llorar a mi funeral desde miles de kilómetros con lágrimas en los ojos?”.

¿Y qué? ¿Es que a usted eso le importa?

A mí sí. Aquello cambió mi vida.

¿Y qué hizo usted entonces?

Pensaba que mi vida debía consistir en ganar dinero. Más dinero, más poder, más éxito... y pensaba que más felicidad. Pero mi padre me dio, en el día de su funeral, una enorme lección: yo estaba en la mitad de mi vida, pero si no quería perderla del todo, debía hacer algo en lo que realmente creyera...

¿Acaso usted no creía en dirigir la Shell?

Francament­e... no.

¿No le gustaba ganar un dineral?

Si alguna vez le ofrecen un sueldazo increíble y montones de incentivos, desconfíe.

Pero... ¿por qué?

Porque si ese cargo que le están ofreciendo por todos sus méritos en realidad necesita como compensaci­ón ese dinero y todos esos incentivos, es que usted se va a morir de aburrimien­to.

Igual me gusta... No. Ya conozco demasiados banqueros hastiados de lo que hacen, amuermados por una tarea anodina: demasiados directivos que, en el fondo, viven refugiados en el golf.

Le creo.

Y todos esos “incentivos” y compensaci­ones no les devuelven toda la vida que pierden. Sólo se vive una vez.

No les pagan lo que se aburren.

Y además, cuando envejecen, descubren que han dado su vida a la organizaci­ón, y las organizaci­ones son muy ingratas y les importa muy poco la vida y el esfuerzo que pones en ellas.

Pero si las dejas, pasas frío ahí fuera.

Prefiero beber gaseosa después de un trabajo que me gusta que champán haciendo lo que me aburre.

Oiga, si todos hicieran lo que quisieran... ¡Esto se hunde!

O saldría por fin a flote. El trabajo no tiene otro sentido que hacernos felices; si no, es una estafa.

Falso: el objetivo de una empresa es obtener beneficios.

Si sólo es ese, esa empresa es un fracaso. Una empresa sólo tiene sentido si mejora la vida de las personas, no sólo sus beneficios.

Ese es un buen deseo de cura de pueblo.

Esto no es un sermón admonitori­o: es constataci­ón empírica. Llevo años estudiando las organizaci­ones. Me interesa mucho analizar cómo aprovechan el talento. En los extremos del arco retributiv­o he encontrado dos empresas que trabajan con talento humano en estado puro: los que más cobran son los asesores financiero­s Morgan & Stanley; los que menos, una compañía de teatro.

¿Negocios similares?

En el fondo, sí, ambos viven del talento, ¡je!, pero retribuido de forma muy diversa. Los actores cobraban muchas veces menos que los asesores financiero­s.

Pobres... ¿por qué?

¿Pobres? Pues yo creo que el salario es justo. Los actores son tipos...

... más neuróticos...

... Puede, pero sin duda más felices. ¡Cobraban en ego! Se realizaban. Aprovechab­an su vida, porque una vida malgastada es aquella que no ha sido todo lo que podía ser.

Eso suena bien, pero sólo eso...

Pau Casals lo dijo mejor: deberíamos decir a cada niño y cada niña en cada escuela que es único. No hay ningún niño como él y no lo ha habido ni lo habrá en millones de años. Que miren la maravilla de su cuerpo: pueden ser Shakespear­e, Miguel Ángel, Beethoven... Tienen la capacidad de convertirs­e en cualquier cosa. Es una maravilla.

Señor Handy: ya no somos niños...

Pero seguimos siendo únicos. Usted siempre está a tiempo de descubrir lo que realmente sabe y quiere hacer. Aquí no hemos venido a sobrevivir. Aún tenemos que ser todas las personas que podemos ser.

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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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