La Vanguardia

Kiko Amat

El ‘enfant terrible’ de la periferia barcelones­a marca un punto de inflexión con ‘Antes del huracán’

- LUIS BENVENUTY

ESCRITOR

El escritor Kiko Amat (Sant Boi, 1971), considerad­o uno de los enfants terribles de la literatura en Catalunya, publica Antes del huracán , su quinta novela, que resulta ser un viaje al mundo de la locura y un reflejo de su madurez.

El tiempo pasa y Kiko Amat se hizo mayor. A pesar de que mantiene su panza bajo un control excelente, de que los tatuajes entre sus dedos no se antojan ridículos y de que luce un tupé envidiable y poderoso, sin atisbo de entradas ni amago de retirada, el enfant terrible de la escena literaria barcelones­a, de la periferia metropolit­ana, de la comarca del Baix Llobregat, ya se cansó de que su ombligo fuera el centro del universo, de ser otro personaje de sus párrafos, de ser un personaje.

Y durante los dos últimos años se encerró en su casa, dejó de salir de fiesta, no se quitó el pijama y escribió Antes del huracán. De un modo obsesivo, de un modo compulsivo, en verdad del único modo en que merece la pena embarcarse en estas historias. ¿Se dieron cuenta de que en esta vida hay personas que se rompen y personas que no se rompen? La vida, entre otras cosas, es una sucesión de palos, y unos lo aguantan y otros no. Otros se vuelven locos.

De eso va Antes del huracán (Anagrama). Y sobre todo de sobre cómo se fragua el dolor, cómo se acumula el sufrimient­o dentro del corazón, cómo llega el momento en el que uno no puede más y explota en mil pedazos y se vuelve loco, loco de verdad. Antes del huracán no tiene ni pizca de gracia. A ratos te ríes, sobre todo si tienes mala leche, pero… es un drama, un dramón. Cada línea es un presagio del horror que se aproxima.

“Esta novela va sobre el momento en el que te conviertes en otro –explicó hace pocos días el propio Amat en un bar del paseo de Sant Joan, delante de un botellín de agua con gas, hablando a toda velocidad, como hacen las personas que llevan mucho tiempo en su casa–. Esta novela va sobre el momento en el que te arrancan la posibilida­d de llevar una vida plena y te encaminas hacia la catástrofe. Yo trato de desromanti­zar la locura; no hay nada romántico en oír voces en tu cabeza”.

En realidad el enclaustra­miento de Amat fue progresivo, no se produjo de un día para otro. Su última novela le fue absorbiend­o poco a poco, apoderándo­se de su cabeza lentamente, hasta que se hizo con todo y le obligó a renunciar a buena parte de sus habituales colaboraci­ones en medios de comunicaci­ón. Kiko ya no podía escribir sobre otra cosa, escribir sobre otra cosa era una pérdida de esfuerzos, de tiempo y de vida. Tenía una historia que contar.

Sus ingresos económicos menguaron. Vendió la moto, vendió 3.000 discos, vendió un montón de chorradas acumuladas durante años… Y un día, en pijama, se dio cuenta de que en el fondo no estaba tan mal de pasta como pensaba, pero le dio igual, continuó desmantela­ndo el escenario de su vida, los atrezos de su existencia, los complement­os de su ser. Al igual que en su novela.

Y Amat continuó desmantelá­ndose a sí mismo, librándose de sí mismo, dejándose atrás. Ya no quería ser una presencia permanente de su historia, el eje vertebrado­r de sus páginas, el ombligo del universo. La historia tenía que ser el único protagonis­ta. “Porque esta vez yo ya no quiero opinar, yo ya no quiero estar ahí. Quiero escapar. A lo mejor es que me hecho mayor. Supongo que llega un momento en el que tratas de abandonar a tus maestros. Ahora me gustan los autores que no están en sus páginas. Ya no me gusta estar en las historias, ya no quiero ser un personaje”.

Sí, Amat hurga en su barrio, en sus propios traumas, en sus recuerdos de infancia. No podía ser de otro modo. A fin de cuentas la madre de Amat fue empleada en un psiquiátri­co. Aquellas miradas pérdidas se clavaron en su corazón de niño. “A mí el extrarradi­o barcelonés y los años 80 me transmiten energía. Son mi lugar. Cuando estoy allí todo es real. Cada vez que vuelvo allí no puedo dejar de rascarme. Mis heridas nunca terminaron de cicatrizar. Y eso es en verdad lo que hace un escritor, rascarse sus costras”.

Pero Amat únicamente rasca sus costras para levantar su relato, darle una mayor verosimili­tud. No esperen batallitas llenas de épica, guiños a tribus urbanas, tics muy pop. En Antes del huracán no hay más tics que los nerviosos, que aquellos que delatan que la locura se abre paso. De todas formas Amat llega a la entrevista hecho un pincel, con sus mejores galas. “Sí, bueno… también te cansas de estar todo el día en pijama”.

“En esta novela trato de desromanti­zar la locura; no hay nada romántico en oír voces en tu cabeza”

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ANA JIMÉNEZ Kiko Amat, hecho un pincel, fotografia­do en un bar del paseo de Sant Joan de Barcelona la semana pasada

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