Rivalidad acelerada
El llanto mourinhista del ‘46’ contra el ‘93’ refleja una lucha generacional sucesoria por el poder de MotoGP
Hubo un tiempo no muy lejano en el que Valentino Rossi y Marc Márquez se profesaban admiración, respeto y devoción, pero el discípulo superó al maestro y la amistad se rompió, como pudo verse en Argentina, el pasado domingo, por segunda vez en cuatro años.
Hubo un tiempo no muy lejano en el que Valentino Rossi y Marc Márquez se abrazaban, reían, se hacían selfies, se profesaban admiración, respeto y devoción mutua. Para Marc, el Dottore era su ídolo de infancia, un espejo en el que reflejarse para llegar algún día a reinar como papá Vale. Para Valentino, el 93 era su “piccolo bastardo”, su heredero, al que había bendecido como digno sucesor porque veía en el catalán una réplica en miniatura de su talento, su ambición y su carisma. Pero la copia mejoró al original, y el amor paterno-filial se rompió. En Argentina, el domingo, por segunda vez en cuatro años.
Si la primera ruptura, en Malasia, octubre del 2015, a raíz de la patada de la vergüenza ,o la pierna de Dios, descubrió el mal perder de Rossi y las heridas tardaron 8 meses (hasta Catalunya, junio del 2016) en cicatrizar, en esta ocasión no parece que vaya a llegar pronto la paz en una guerra virulenta. Sobre todo por parte de la víctima, un ofendido Valentino Rossi, sobreactuado como un tango en su llanto de tintes mourinhistas en la noche argentina.
Pero, ¿cómo se llega a pudrir una relación amistosa, de estima, respeto y admiración, y se convierte en una tensa rivalidad de efectos imprevisibles para el Mundial?
La pugna entre Rossi y Márquez, ahora llevada al extremo de conflicto dialéctico –por otra parte, necesario antagonismo deseado en cualquier disciplina–, es la expresión de una lucha generacional, una disputa sucesoria, un juego de tronos por el poder de MotoGP. Y como suele suceder en otros ámbitos, quien tensa más la cuerda es quien más amenazado ve su estatus ante el que llega con fuerza desde abajo.
Valentino Rossi, 39 años, 24 en el Mundial, es para muchos poco menos que Dios sobre dos ruedas. Para la mayoría, el mejor piloto de todos los tiempos. Su figura va más allá de los 9 títulos mundiales (7 en la cilindrada reina). Rossi trasciende sus logros. Es el hombre récord, el más carismático, el que tiene más seguidores, el rey del merchandising, el ídolo, el modelo, el más respetado. El sheriff de MotoGP.
Pero la edad y la irrupción de nuevos valores más hambrientos, mejor preparados, con tanto o más talento, no perdonan. Este Rossi veterano que busca su 10.ª corona, sin la frescura y la velocidad de antes, se ha visto superado en la pista por los Márquez, Lorenzo, Viñales o Dovizioso. Y los que siguen llegando, como Zarco. Ley de vida.
Su comportamiento ha seguido el guión de la diva destronada. Cuando vio que se le escapaba la décima (2015), Rossi se revolvió con furia, buscando la desestabilización psicológica del rival. Como le había funcionado con Biaggi y Gibernau. Pinchó en hueso con Márquez. Le tendió una trampa, la provocación de Sepang’15, y cayó él mismo. Su mal perder, aquella tarde infame en Cheste al despedirse del título, fue una muestra de su debilidad. Entonces cargó con acritud contra Márquez, al que culpó de hacer de “guardaespaldas de Lorenzo”, de tener “un comportamiento vergonzoso”, de actuar “por vendetta personal”, de montar un “biscotto”...
¿Les suena? El mismo llanto que el domingo, pero éste último más virulento, más despechado, al saberse víctima del ímpetu de un Márquez pasado de vueltas ansioso por remontar. “Espero que no me mire más a la cara”. “Es peligroso, da miedo estar con él en la pista porque va expresamente contra el rival a sacarlo”. “Ha destrozado este deporte, actúa con mala fe”... Una rabieta desmedida de quien pretende hacer valer su pedigrí.
Sin embargo, esta animadversión, esta inquina escenificada ante las cámaras, es unidireccional. No encontrará Rossi reciprocidad en su veneno verbal porque para Marc Márquez, 25 años, 11.ª temporada mundialista, Rossi sigue siendo un referente. Su mayor placer es ganarle riéndose los dos y recibiendo un abrazo. Siente devoción por él. Sin fariseísmos lo expresaba a este diario en Qatar. “A Valentino lo admiro por cómo se ha gestionado la carrera, por su motivación... Es una leyenda de MotoGP, estoy contento de que siga, así podremos aprender de él”. De eso no hace ni un mes.
Marc lo pasó fatal cuando Valentino lo desterró de su vida. Se le cayó un mito con el Sepang crash, pero no podía soportar sus desprecios. En Montmeló 2016, antes de hacer las paces, se cruzaron en un lavabo y Valentino se salió para evitarlo. Le dolió como un puñetazo. Por eso se sintió aliviado cuando escenificaron la reconciliación. “El motociclismo se lo merecía; estaba esperando dar la mano a Vale”, decía emocionado un Marc que, pese a no ser ningún santo –cuando huele la sangre, la agresividad del tiburón no tiene freno– no sabe vivir en el conflicto. Le asfixia. No le motiva.
Por eso en Argentina, tras recibir las invectivas hirientes de Rossi, Márquez apenas le respondió. Con los ojos humedecidos se limitaba a defenderse. “Yo no he ido a tirar a nadie, cometí un error involuntario”. Su cara desencajada al no recibirle Rossi en el box lo decía todo.
Si para hacerse con el reinado debe matar al padre, en términos freudianos, Marc, tan incisivo en la pista como pacífico fuera, preferirá que el rey se apague en su lecho, porque a todo dios le llega su crepúsculo.
Marc Márquez
PARA MARC MÁRQUEZ Rossi es un ídolo, pero su instinto y agresividad pilotando no entienden de respeto al ‘padre’
PARA VALENTINO ROSSI Márquez le ha faltado al respeto, su ambición desmesurada le hizo traicionarle
Valentino Rossi