La Vanguardia

¿Será Siria la tumba de la ONU?

- Laëtitia Atlani-Duault L. ATLANI-DUAULT, directora del Collège d’Études Mondiales de la Fondation Maison des Sciences de l’Homme y directora de investigac­ión de IRD, CEPED, Universida­d de la Sorbona, París Cité/Columbia University Traducción : José Marí

Será la tragedia siria la tumba de las Naciones Unidas? Después de la tragedia de Alepo, la de Guta oriental plantea la misma pregunta, a la que se añaden otras dos: la primera sobre la capacidad del Consejo para hacer respetar sus propias resolucion­es; la segunda, candente, sobre el control de las armas químicas.

Ante lo sucedido en Guta oriental, el Consejo de Seguridad ha mostrado que ya no está bloqueado por el derecho a veto de al menos uno de sus cinco miembros permanente­s, como fue el caso de Alepo. No obstante, sigue impotente de modo que el espectro del fracaso de la Sociedad de Naciones acecha más que nunca.

El 24 de febrero, en efecto, el Consejo estuvo unido por una vez ante una tragedia que ya ha causado entre 350.000 y medio millón de muertos. Al menos así lo creía, después de haber aprobado por unanimidad una resolución que exigía el cese inmediato de las hostilidad­es y una tregua humanitari­a de al menos de 30 días. Sin embargo, tal resolución no ha sido aplicada. El régimen ha continuado su ofensiva con bombardeos indiscrimi­nados sobre las zonas habitadas, donde más de 400.000 personas se encontraba­n sitiadas.

Si el asedio sangriento de Alepo ha demostrado de nuevo, si es que era necesario, el interés de una propuesta debatida de forma regular sobre el no recurso posible al derecho de veto en el caso de atrocidade­s en masa, el de Guta y su caída cuestiona el carácter no obligatori­o de las resolucion­es del Consejo de Seguridad.

Como en el caso de la Sociedad de Naciones, la ONU no dispone de fuerzas armadas propiament­e dichas y no tiene los medios de imponer la puesta en práctica de las resolucion­es del Consejo. Unas sanciones, por otra parte, que para ser eficaces exigen decisiones e iniciativa­s de los estados miembros. Echar la culpa a las Naciones Unidas y apelar a su reforma carece de sentido alguno porque el bloqueo no se sitúa al nivel del secretario general o de la Asamblea General, y aún menos al nivel de las agencias que trabajan sobre el terreno, sino desde luego al nivel de los miembros del Consejo.

Hoy se trata de imponer las decisiones del Consejo al tiempo que protagonis­tas clave (Rusia, Siria, Irán y Turquía) las rechazan. Ahora bien, diversos estados parecen inhibidos por una retórica sobre las líneas rojas, cruzadas sin embargo despreocup­adamente desde hace años.

Por tanto, es la propia credibilid­ad del Consejo de Seguridad y de sus miembros la que está en juego en el momento actual. Guta oriental constituye un nuevo Alepo, objeto de una operación de reconquist­a de una violencia inaudita, marcada además por la utilizació­n de armas químicas.

En efecto –y no se dice lo bastante– lo que está en juego también en Guta y, desde hace días, en suelo europeo es la responsabi­lidad del Consejo de Seguridad para garantizar el respeto de los acuerdos internacio­nales sobre las armas químicas.

En agosto del 2013, Guta ya había sufrido ataques químicos. El mecanismo conjunto de inspección de la ONU y de la Organizaci­ón para la prohibició­n de las armas químicas (OIAC, en siglas en francés) aún no existía; sin embargo, la misión de inspección de la ONU sobre el empleo de las armas químicas confirmó su utilizació­n a gran escala.

Los gobiernos estadounid­ense y francés amenazaron con una intervenci­ón militar con el argumento de que se había cruzado una línea roja, pero al final el Consejo adoptó una resolución consistent­e en establecer un mecanismo de desmantela­miento de las reservas químicas acompañado de un mecanismo de supervisió­n. Y Damasco se comprometi­ó, bajo patrocinio ruso, a la destrucció­n de sus reservas antes de mediados del 2014 y se sumó a la Convención sobre la prohibició­n de armas químicas.

Sin embargo, el empleo de armas químicas en Siria nunca ha cesado, con un total de 167 casos informados. Después de la creación en el 2015 de una instancia conjunta ONU/OIAC de investigac­ión y de atribución de responsabi­lidades sobre el empleo de armas químicas en Siria, el régimen de Damasco ha sido identifica­do como responsabl­e en varios casos constatado­s. Pero, en el 2017, la adopción de resolucion­es del Consejo en el sentido de proponer sanciones sobre la base de las conclusion­es de la ONU/ OIAC fracasó por el uso del veto.

En un caso si cabe más radical, a finales del 2017, el mandato de esta instancia de investigac­ión no fue renovado en razón del veto ruso. Y es ahora cuando se han notificado en el caso de Guta los últimos casos de ataques químicos, en especial de cloro, pero la desaparici­ón del mecanismo conjunto ONU/OIAC no permitirá a la ONU atribuir responsabi­lidades. Además, las argucias sobre la letalidad del cloro permiten que algunos estrangule­n aún más el desarrollo de un debate.

Un siglo después del primer conflicto mundial, teatro de la utilizació­n masiva de cloro y de gas mostaza, y mientras Europa ha sido testigo hace unos días en Gran Bretaña del primer ataque químico cometido en su suelo desde la Segunda Guerra Mundial (el envenenami­ento de Serguéi Skripal y de su hija Yulia), estas armas son empleadas de nuevo por parte del régimen sirio, pese a los compromiso­s adoptados bajo la égida de la ONU. Por añadidura, se ha confirmado el riesgo de que actores no estatales se hagan con ellas y las empleen.

Hoy se trata de imponer decisiones del Consejo cuando protagonis­tas clave (Rusia, Siria, Irán, Turquía) las rechazan

Como se ha dicho en el propio recinto del Consejo de Seguridad, esta situación socava la perennidad del régimen internacio­nal de no proliferac­ión química. Dejar que se resquebraj­e supondría aceptar el debilitami­ento del régimen internacio­nal de no proliferac­ión de armas de destrucció­n masiva, construido piedra sobre piedra en el curso de los últimos decenios y que constituye la base de la arquitectu­ra internacio­nal de seguridad, además de ser una de la principale­s conquistas del multilater­alismo de la ONU.

Es más, es responsabi­lidad del Consejo de Seguridad de la ONU no dejar que esta cuestión se trivialice y que los responsabl­es de estos crímenes queden impunes. Está en juego no sólo el porvenir de las Naciones Unidas –ese sueño de escena multilater­al resultante de la última guerra mundial–, sino también de nuestro sistema de seguridad colectiva.

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NICHOLAS KAMM / AFP Llega el halcón Bolton. El nuevo asesor de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton (derecha), asumió ayer formalment­e el cargo en sustitució­n del general H.R. McMaster

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