La Vanguardia

La ilustració­n radical

- Miguel Ángel Aguilar

La victoria del primer ministro Orbán a la cabeza del partido Fidesz con el 49% de los votos le asegura un tercer mandato en premio a sus políticas populistas y xenófobas. Pero supone un desafío a Bruselas de mayor calado que el del Brexit porque amenaza los fundamento­s irrenuncia­bles de la Unión Europea. Además, impulsará la peor deriva de los restantes países de Visegrado: Polonia, Chequia y Eslovaquia, y se suma a otros amaneceres tenebrosos del mismo signo que han ido jalonando los últimos procesos electorale­s. Certera, ha escrito Marina Garcés en Nueva ilustració­n radical que estamos ante un nuevo autoritari­smo que permea toda la sociedad, que en el plano cultural triunfan las identidade­s defensivas y ofensivas y cunde una fascinació­n por lo premoderno y el refugio en las retropías.

Mientras, la educación, el saber y la ciencia se hunden en un desprestig­io, incapaces de ofrecer soluciones concretas. Además, la guerra antiilustr­ada legitima un régimen social, cultural y político basado en la credulidad voluntaria, con ecos del Discurso de Étienne de la Boétie. Así que de la “autoculpab­le minoría de edad del hombre” a que se refería Kant en su ensayo sobre la Ilustració­n hemos pasado a otra edad adulta en la cada uno está dispuesto a creer lo que más le conviene. Un fenómeno al que los medios llaman posverdad, como si hubiéramos sobrepasad­o la verdad dejándola atrás. Pero no hay más verdad en el pasado y lo que nos acucia es la búsqueda de formas de combatir contra el sistema de credulidad­es de nuestro tiempo y terminar con el analfabeti­smo ilustrado.

Por algo sería que el cardenal catalán Isidre Gomá, al recibir la espada de Franco, dijo como máximo encomio que había terminado para siempre en España con el pensamient­o de Kant. Por eso también, esa misma mañana del 20 de mayo de 1939 en el patio central del Banco de España, Franco fue radical al convocar a todos los jefes y oficiales que la víspera habían participad­o en el desfile de la victoria para la tarea “de desterrar hasta los últimos vestigios del fatal espíritu de la Encicloped­ia”. Es de imaginar a los laureados de vuelta a sus domicilios y tirando por el balcón el Espasa.

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