Fluido palestino
Aprovechando la presencia de Roger Waters en Barcelona, donde los próximos viernes y sábado comienza el tramo europeo de su gira mundial Us + Them, el Espai Josep Bota fue ayer el marco de un encuentro donde estuvo presente el legendario miembro de Pink Floyd pero en donde apenas se habló de música.
Se habló, y mucho, de política. La convocatoria ya no daba pie a la duda, pues la cita en el recinto de Fabra i Coats tenía como banderín de enganche Totes amb Palestina. La lluïta palestina i la solidaritat internacional, y como oficiantes el propio Waters, Rania Muhareb y Sandra Barrilarro. Aquella es jurista de la asociación Al-Haq, muy activa en la cuestión de los derechos humanos en Palestina y recién aterrizada procedente de su país, y ésta es miembro de la organización Rumbo a Gaza–Freedom Flotilla Coalition. La expectación era perceptible y el aforo de 400 sillas se agotó, aunque fueron las minuciosas medidas de seguridad –“no estamos acostumbrados a estos protocolos”, reconocía una de las responsables del espacio de creación y debate municipal– las que retrasaron el arranque del acto.
La ocupación, el bloqueo, la solidaridad y la justicia eran algunos de los leitmotiv teóricos del encuentro de ayer, de enfoque unilateral por otra parte. La razón del meeting de ayer se recordó con profusión: la franja de Gaza, uno de los territorios que conforman Palestina, vivió el pasado día 30 de marzo una de las jornada más aciagas y sangrientas de los últimos tiempos al caer abatidas 21 personas por la fuerzas armadas israelíes durante unas manifestaciones. Una situación que ha ido cobrándose más víctimas desde entonces, y que comenzó a enlutarse prácticamente en 1948.
La presencia de Waters, con todo, era el imán de aquel brain storming unidireccional. Entró en el escenario, levantó levemente el puño derecho y se sentó al lado de sus compañeras de análisis y crítica. Ante una atenta audiencia intergeneracional, el músico británico rememoró. Todo comenzó cuando en 2006 viajó a Israel para ofrecer un concierto en Tel Aviv a modo de cierre del tramo europeo de la gira de The dark side of the moon. Lo que vio y vivió sobre el terreno y los encuentros que mantuvo durante y después de aquellos días le hicieron formarse una opinión sobre la causa palestina, “de la que lo desconocía prácticamente todo”, confesó ayer.
Poco después devino firme defensor del movimiento BDS que propugna el boicot, la desinversión y sanciones contra Israel por su política para con la comunidad palestina. “No hay motivo legítimo o lícito de lo que esta ocurriendo ahora allí. Miles de personas pacíficas que viven rodeadas de bestias, de animales, que tienen que dar salida a su fuerza bruta. Nuestro argumento es la Declaración Universal de Derechos Humanos, y creo que cualquiera persona de esta sala cree que cualquier ser humano debe tener derechos inalienables. Y eso se ha de aplicar sin miedo y sin favores”.
En fin, Waters exhibió una verbalidad amazónica y bien adiestrada. Y se demostró habituado a estas sesiones dialécticas guiándolas a su gusto, con su vocabulario agitprop desmenuzado con tono pausado y convincente, que despertó el unánime y entregado aplauso. “Nosotros nos vamos a mantener firmes, no vamos a dejar que nos coman, porque no queremos dejar este planeta en manos de esas corporaciones”. La música, ayer, ni se oyó. Sonó, y bien alta, otra muy distinta.
Roger Waters se demostró un avezado agitador propalestino en un encuentro en la Fabra i Coats