La Vanguardia

Dudas razonables

- Antoni López Tovar

Michael Oliver ha dividido a la humanidad en dos partes: los que piensan que acertó y quienes que creen que cometió una atrocidad. En Turín es el enemigo público número uno y en Madrid es un profesiona­l ejemplar. Las posturas son irreconcil­iables y las imágenes de televisión ofrecen detalles para sostener o rebatir cualquier argumento. Existen, pues, dudas razonables, cuando el nivel de evidencia requerido para aplicar un castigo tan irreversib­le y severo como un penalti en la última jugada debería ser total. La elevada trascenden­cia de la decisión del árbitro inglés merecía una prueba irrefutabl­e o en su defecto un amplio consenso sobre la supuesta infracción de un Benatia que, evidenteme­nte, no quiere cometer penalti a un Lucas Vázquez que muestra cierta pasividad a la hora de rematar. ¿Hasta qué punto influye el contexto en el controvert­ido dictamen? Con la tensión por el resultado de la eliminator­ia disparada tanto en la grada como en el terreno de juego, al novato Michael Oliver se le complicó la noche. Agregó tres minutos, cuando en la segunda parte únicamente se practicó un cambio y no se produjeron lesiones ni pérdidas de tiempo deliberada­s. Le designaron para un escenario de primer nivel, a pesar de su escasa reputación internacio­nal, porque la suerte parecía echada. Es comprensib­le que el inglés fuera el primer interesado en evitar una prórroga frenética y una eventual tanda de penaltis. No estaba en sus planes –ni en los de casi nadie a pesar de la experienci­a del Barça en Roma– soportar el miedo escénico. Pitó penalti y expulsó a Buffon prescindie­ndo de las consecuenc­ias de sus actos, excluyendo la duda razonable, lo cual le convierte en villano, pero también en héroe.

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