Dudas razonables
Michael Oliver ha dividido a la humanidad en dos partes: los que piensan que acertó y quienes que creen que cometió una atrocidad. En Turín es el enemigo público número uno y en Madrid es un profesional ejemplar. Las posturas son irreconciliables y las imágenes de televisión ofrecen detalles para sostener o rebatir cualquier argumento. Existen, pues, dudas razonables, cuando el nivel de evidencia requerido para aplicar un castigo tan irreversible y severo como un penalti en la última jugada debería ser total. La elevada trascendencia de la decisión del árbitro inglés merecía una prueba irrefutable o en su defecto un amplio consenso sobre la supuesta infracción de un Benatia que, evidentemente, no quiere cometer penalti a un Lucas Vázquez que muestra cierta pasividad a la hora de rematar. ¿Hasta qué punto influye el contexto en el controvertido dictamen? Con la tensión por el resultado de la eliminatoria disparada tanto en la grada como en el terreno de juego, al novato Michael Oliver se le complicó la noche. Agregó tres minutos, cuando en la segunda parte únicamente se practicó un cambio y no se produjeron lesiones ni pérdidas de tiempo deliberadas. Le designaron para un escenario de primer nivel, a pesar de su escasa reputación internacional, porque la suerte parecía echada. Es comprensible que el inglés fuera el primer interesado en evitar una prórroga frenética y una eventual tanda de penaltis. No estaba en sus planes –ni en los de casi nadie a pesar de la experiencia del Barça en Roma– soportar el miedo escénico. Pitó penalti y expulsó a Buffon prescindiendo de las consecuencias de sus actos, excluyendo la duda razonable, lo cual le convierte en villano, pero también en héroe.