Psicosis ordinarias de la era moderna
El aislamiento, la angustia por falta de trabajo y los dolores sin explicación son el origen de la mayoría de las terapias
Mario es un joven que pasa la mayor parte del tiempo encerrado en su habitación. El fracaso en un examen, muy importante para él, cambió su vida. Ahora no se fía de nadie, le asusta lo desconocido y vive aislado del mundo. Sus sesiones con un psicoanalista le ayudan a ampliar su red social.
Silvia, de 22 años, tiene problemas digestivos. El médico le dice que no le pasa nada. Pero ella no se lo cree. Hay días que apenas come por miedo a encontrarse mal. La vida en su entorno familiar no es fácil. Vive rodeada de personas con problemas relacionados con el consumo de sustancias. Ella rechaza cualquier tóxico y apenas habla del tema con su novio y amigas. Sólo se confiesa en la consulta del psicoanalista.
Manuel es un niño de 10 años. Hace unos meses hizo saber que el mundo se había oscurecido. Su familia lo llevó al oculista, que no detectó problemas en la vista. Ahora visita a un psicoanalista y empieza a ver otra vez la luz al descubrir ese profesional que todo empezó cuando Manuel vio bailar a sus padres en una fiesta. Esa imagen despertó un trauma escondido.
Eduardo vive aferrado a su trabajo. Es lo más importante. El temor por perderlo hace que viva angustiado. Es jefe de recepción en una empresa y cuando está en casa no desconecta. Las dudas de si lo ha dejado todo cerrado y en orden no le dejan dormir. El psicoanalista ayuda a Eduardo a pensar en otras cosas cuando está en casa.
Alejandra, de 36 años, no acaba de encontrar su lugar en este mundo. Está peleada con su familia y ha recorrido diferentes países en una huida que no la lleva a ningún sitio. Busca su lugar en este mundo y no lo encuentra. La desesperación degeneró en un consumo excesivo de medicamentos. Ahora, con la ayuda de su terapeuta ha frenado ese vagabundeo en su vida.
Las historias de Mario, Silvia, Alejandra, Manuel y Eduardo son reales. Fueron expuestas, junto a otras decenas de casos parecidos, en el XI Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) celebrado recientemente en Barcelona con la participación de más de dos mil psicoanalistas de todo el mundo. Son comportamientos que esos profesionales orientados por la enseñanza de Jacques Lacan incluyen en el paquete de las “psicosis ordinarias”. Fragilidades del ser humano que sin tener muchas veces apariencia de trastorno mental, pueden generar mucho sufrimiento y angustia. Unos males que evolucionan al mismo ritmo que las sociedades marcan sus listas de prioridades y tendencias.
Las fuentes de las que beben esas psicosis ordinarias son tres: las dificultades para encontrar en este mundo moderno un lugar social, las vivencias que uno experimenta con su propio cuerpo y los sentimientos melancólicos causados por el aislamiento. El congreso –organizado por la Asociación Mundial de Psicoanálisis, que preside el catalán Miquel Bassols– se centró en esos tres aspectos básicos tras los que se esconden las fragilidades humanas.
Encontrar un lugar en esta sociedad puede generar mucha ansiedad en un mundo con tanta precariedad laboral y, a la vez, competencia en el trabajo. Tener hoy empleo es la mejor de las suertes. No sólo para salir de la precariedad, si no para ser alguien en una sociedad en la que las apariencias y el “postureo” están al orden del día.
Alejandra ha sido víctima de esa fragilidad causada por no encontrar su sitio en este mundo, hasta el punto de acabar convertida en una vagabunda. Lo que no hay que confundir con un mendigo sin techo, recalcaron los psicoanalistas en ese congreso. Cuando estos terapeutas hablan de “vagabundear” se refieren a las facilidades del mundo actual para trasladarse de un lado a otro con el objetivo de encontrar ese sitio en la sociedad. Si esa situación se prolonga sin conseguir el propósito esas personas acaban sumidas en la desesperación. En las consultas de los psicoanalistas cada día hay más “vagabundos” de la era moderna que acaban angustiados tras dar vueltas y vueltas (no les importa recorrer miles de kilómetros) sin encontrar lo que buscan. Al igual que aumentan perfiles como el de Eduardo, personas incapaces de desconectar cuando llegan a casa por miedo a perder su trabajo.
El aislamiento es otro mal moderno. Y que puede curarse, sostienen los psicoanalistas, con terapia. Son personas sumidas en un sentimiento de tristeza, invadidas por la melancolía al no ver la salida de un túnel cada vez más negro. Le ocurrió a Manuel. Esas personas se sienten solas y pierden toda capacidad para relacionarse con la gente que les rodea. Suelen ser frágiles y muy vulnerables. La mínima cosa que sale mal basta para dejarlos abatidos. La terapia es la mejor receta para trasladar de nuevo a esas personas a la red social.
El tercer aspecto con el que trabajan cada día más los psicoanalistas tiene relación con dolencias físicas cuyo origen no se detecta en reconocimientos médicos. Le pasa a Silvia, convencida de que padece una enfermedad digestiva y también a Alejandra que cuando pisó por primera vez la consulta de un terapeuta se quejaba de dolores de espalda y las cervicales o a Manuel, convencido de que se estaba quedando ciego. En estos casos, sostienen los psicoanalistas, todo está relacionado con las vivencias que tiene cada persona con su cuerpo.
Así que hay que buscar la verdadera causa que provoca ese dolor y que sólo se descubre trabajando con transferencias, o dicho de otra manera aflorando historias y vivencias pasadas de los pacientes.