El estilo del encajador

Las formas de Ernesto Valverde en sus comparecencias son intachables. Conteste o no a lo que se le pregunte siempre intenta no faltar al respeto ni levantar la voz ni perder los estribos. Se ha de reconocer que incluso ayer, en una rueda de prensa difícil por el batacazo del martes, el técnico blaugrana procuró seguir por el mismo camino. Sólo se tensionó más de lo habitual cuando se le insinuó que pesos pesados del vestuario habían cuestionado su planteamiento en Roma. Pero su máximo mal gesto no tiene nada que ver con el talante habitual de Luis Enrique que, a la mínima, soltaba una coz por la boca. Valverde estuvo mejor esta vez ante los micrófonos que en la Champions en el banquillo y que tras el partido frente a los medios. Aguantó todo tipo de críticas dentro de una barra libre que consideró previsible y lógica y aceptó con estoicismo lo que se le venía encima. Demostró ser como aquel púgil que sabe encajar golpes y golpes a la espera de que los hechos le permitan contestar con un contraataque que, si se produce, seguramente no será sacando pecho como un pavo real.

Ahora, hay una cuestión que sostuvo Valverde que es indefendible. Fue cuando dijo que el Barça no había traicionado su estilo. Cualquier aficionado pudo comprobar que ese conjunto que lanzaba balones y balones en largo sin ton ni son no era su equipo, ese que ha perdido capacidad de construcción pero

que siempre se había caracterizado por las triangulaciones, la música acompasada y las combinaciones. Y, sobre todo, ese que siempre quería vivir en el campo del contrario.

Le faltó a Valverde, tanto en Roma como ayer, algo más de autocrítica futbolística e incluso de autocrítica personal, aunque se responsabilizara de la derrota. No pasa nada por admitir que te has equivocado. Reconocerlo no te hará más débil delante de unos jugadores que, en todos lados, se caracterizan por su egoísmo. Hay que aplaudir la educación del técnico pero siempre exigiendo lo que requiere un cargo de alta presión.