La lealtad según Trump
NO resulta fácil de explicar que el último jefe del FBI, un republicano como el presidente de Estados Unidos, que ha sido fiscal general adjunto de su país y que fue la persona que le dio el empujón definitivo para que alcanzara la Casa Blanca (filtró los e-mails comprometedores de Hillary Clinton a pocos días de las elecciones), escriba un retrato demoledor de su comandante en jefe. James Comey, uno de estos tipos tan impecables en su vestuario como con su conciencia, publica mañana unas memorias tituladas A higher loyalty (Una lealtad superior), que harán que saquen la cabeza de sus madrigueras hasta los topos del jardín del 1.600 de la avenida Pennsylvania.
Beatriz Navarro adelantaba este fin de semana en el diario algunas de las cosas que Comey dice en el libro, que no es exactamente un ajuste de cuentas con Donald Trump, que lo echó a los cuatro meses de instalarse en Washington por no someterse a los caprichos presidenciales. El último, negarse a autorizar la renovación de un programa de escuchas ilegales. En cualquier caso, es cuidadoso cuando aborda la supuesta injerencia rusa en las elecciones o cuando trata sobre las obstrucciones a la justicia. Pero Comey, que ha trabajado al frente del FBI con George Bush o Barack Obama sin problemas, chocó desde el primer momento con la personalidad de Trump. Así compara sus oficinas en Manhattan con los clubs que frecuentaban los jefes de la mafia que puso entre rejas. Al presidente lo define con expresiones como un hombre sin emociones, carente de ética, egocéntrico, desligado de la verdad e incapaz de reírse por sus inseguridades. E insiste en el parecido entre su mundo y la Cosa Nostra, donde quien discrepa es defenestrado y donde se exige una lealtad enfermiza. Seguramente piensa como Michael Corleone: “Cada vez que enfermo, me hago más sabio, así que cuando muera seré un genio”. El libro dará mucho que hablar y preocupará a aún más gente.