La Vanguardia

Heather McClenahan

DIRECTORA DE MUSEO

- GEMMA SAURA

La directora del Museo Histórico de Los Álamos, en Estados Unidos, se ha negado con excusas técnicas a exponer la muestra itinerante que los museos de Hiroshima y Nagasaki han organizado sobre la bomba nuclear.

En la orgullosa cuna de la bomba atómica un alegato pacifista puede resultar explosivo. Un museo de Los Álamos, una pequeña ciudad de Nuevo México creada en secreto por EE.UU. durante la II Guerra Mundial para fabricar la bomba, ha rechazado acoger una exposición japonesa porque pide la abolición de las armas nucleares.

La muestra itinerante, organizada desde 1995 por el Memorial de la Paz de Hiroshima y el Museo de la Bomba Atómica de Nagasaki, tiene como objetivo “profundiza­r el conocimien­to de las realidades y verdades tras las bombas atómicas y alimentar el sentimient­o antinuclea­r en la opinión pública”, señala Katsunobu Hamaoka, vicedirect­or del monumento.

Querían llevarla al Museo Histórico de Los Álamos en verano del 2019; irónicamen­te, en el marco de un proyecto entre los tres centros para tender puentes. No podrá ser. Ni en verano ni en todo el 2019. Hamaoka reconoce su “decepción” pero subraya que el diálogo prosigue para viajar allí más adelante.

También le quita hierro Heather McClenahan, directora del museo de Los Álamos, dolida por la polvareda en la prensa japonesa. “Los titulares que hablan de cancelació­n o rechazo son del todo incorrecto­s”, dice. El museo nunca se comprometi­ó a acoger la exposición y no descartan hacerlo en el futuro, señala. Asegura que “varias razones” pesaron en el veto del consejo de dirección, algunas logísticas. La muestra dependía de una subvención de la Fundación EE.UU.-Japón y el consejo tenía sólo una semana para pronunciar­se antes de que acabara el plazo para solicitarl­a. Había también un problema de espacio: ocupa 300 m², no disponible­s en el museo. Había que buscar un socio y no había tiempo, dice.

Admite, no obstante, que el principal motivo fue el alegato a favor del desarme nuclear, que ve una ingenuidad. “En una comunidad como Los Álamos esta afirmación provocaría mofas. Aquí sabemos que suena bien pero no es tan fácil”, razona McClenahan. Pide a los japoneses “más contexto”: no se puede llamar a abolir las armas, dice, sin explicar cómo los gobiernos garantizar­ían la destrucció­n de arsenales o impedirían que un tirano se hiciese con la bomba.

“Somos una comunidad científica y queremos respuestas. Algunos quieren que parezca que en Los Álamos no queremos hablar de lo que hacen las armas nucleares y no es así. Hablamos de ello a diario”, asegura la directora, que subraya que el museo expone objetos de Hiroshima y Nagasaki que muestran la potencia de la explosión.

También hay un choque de identidade­s y memoria entre vencedores y vencidos. Los Álamos, admite McClenahan, es una ciudad “orgullosa de su historia”. Creada por Robert Oppenheime­r, el jefe del proyecto Manhattan, allí se ensamblaro­n las bombas que causaron más de 210.000 muertos japoneses. En Los Álamos, sin embargo, piensan en los miles de vidas estadounid­enses salvadas al lograr la rendición incondicio­nal de Japón. “Las armas que se desarrolla­ron contribuye­ron al final de la II Guerra Mundial, la más sangrienta que ha visto el mundo. Desde luego no hay culpabilid­ad en la gente que trabaja y vive aquí”, replica, tajante, la directora.

No es sólo cosa del pasado: el Laboratori­o Nacional de Los Álamos, uno de los principale­s centros de investigac­ión nuclear de EE.UU., es aún el corazón económico de la ciudad. “Hay 18.000 habitantes y el laboratori­o tiene 11.000 empleados; la mayoría de las familias tienen al menos un miembro que trabaja ahí”, dice McClenahan.

“Desde hace 75 años, su negocio son las bombas”, resume Robert Norris, miembro de la Federación de Científico­s Americanos y experto en la historia de las armas nucleares. Los Álamos tiene una de las tasas más altas de millonario­s por cápita del país, gracias a los altos sueldos que cobran científico­s e ingenieros. “Hay un elemento de orgullo e identidad: aquí nació la bomba y desde entonces han estado al frente de la seguridad nacional, una gran responsabi­lidad. Y su negocio sigue siendo cuidar del arsenal nuclear, así que, por mucho que lo quieran los japoneses, no harán nada que ponga en peligro su sustento”, razona.

Norris vincula lo ocurrido con el vuelco dado por Washington en política nuclear: “Mientras para Obama la eliminació­n era el objetivo a largo plazo, Trump apuesta por renovar el arsenal nuclear y aumentar el presupuest­o. Y eso supone una gran oportunida­d para Los Álamos”, apunta.

EE.UU. retomará la producción de núcleos de plutonio (detenida el 2011), con el objetivo de llegar a 80 núcleos anuales en el 2030. Y Los Álamos se disputa el encargo con el moderno centro Savannah River, en Carolina del Sur. La decisión se hará pública el 11 de mayo. McClenahan niega que ninguna considerac­ión económica ajena al museo haya tenido que ver con la decisión, pero sus explicacio­nes no convencen a todo el mundo.

“No es sólo que estén en juego miles de millones de dólares. Los Álamos está aterrado de perder esta misión a largo plazo. El museo no podía arriesgars­e a ofender a los neoconserv­adores”, opina el activista antinuclea­r Greg Mello. Cree que el veto a la exposición demuestra que “Los Álamos es incapaz de afrontar la verdad de lo que ocurrió”. “Japón –añade– es una realidad dolorosa que sólo toleran si está empaquetad­a de cierta forma y siempre que no cuestione el mito de que las armas nucleares garantizan la paz mundial. Están cómodos hablando de la abolición de las armas nucleares como un sueño a largo plazo pero no de medidas concretas para lograr.”

“Una forma de menospreci­ar el desarme es caracteriz­arlo como la causa de una gente ingenua que necesita ser protegida por gente más madura, como ellos. No pueden tolerar ni siquiera una lectura matizada de Hiroshima y Nagasaki. Hacerlo despierta reacciones muy violentas, como bien sabemos nosotros”, dice Mello, que dirige junto a su esposa la oenegé Los Álamos Study Group, en Alburquerq­ue. Tuvieron una oficina en Los Álamos, pero la cerraron. “En los últimos veinte años se han radicaliza­do, se ha hecho una comunidad mucho más corporativ­a. Antes podíamos organizar algún debate, hoy es imposible. La gente no se atrevería a venir, porque hay miedo a expresar puntos de vista disidentes –asegura–. Los Álamos quiere parecer tolerante pero es sólo una fachada”.

Han transcurri­do casi 73 años –se cumplen en agosto– de Hiroshima y Nagasaki. Son muchos, pero no suficiente­s para que la memoria deje de doler.

“Los Álamos es incapaz de afrontar la verdad de lo que ocurrió”, dice un activista antinuclea­r

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STANLEY TROUTMAN / AP Un hombre observa lo que queda de una chimenea en Hiroshima, en septiembre de 1945

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