Francia, espejo del terrorismo yihadista
El terrorismo yihadista se ensaña una y otra vez con Francia a la que siempre ha designado como un objetivo de especial interés. Tras una veintena de sangrientos atentados cometidos en sólo tres años puede observarse que el terrorismo inducido por el Estado Islámico (EI) y basado en patrones de atentados que previamente sufre Israel, desarrolla en Francia tendencias criminales que tarde o temprano se repiten en otros países, principalmente europeos.
Las estadísticas muestran una concentración de ataques en ocho países de la Unión Europea con Francia a la cabeza a la que siguen, a distancia, Alemania, Bélgica, Reino Unido, Dinamarca y España. Es decir, Francia conoce bien el problema y logra atajarlo aunque las medidas de protección adoptadas por su gobierno –que van mucho más allá de la alerta 4 sobre 5 instalada en Europa– no evitan que surjan fanáticos autoproclamados soldados del califato. De hecho, la herramienta antiterrorista impulsada por el presidente Macron, la ley para el Refuerzo de la Seguridad Interna y la Lucha contra el Terrorismo, que confiere un amplio margen de acción a la policía francesa, responde a la gravedad de una amenaza que saben muy activa.
Los franceses han despedido el invierno conmovidos por dos sucesos terroristas muy impactantes. “Dos héroes han muerto apuñalados por islamistas radicales” tituló la prensa gala en referencia a los asesinatos de Mireille Knoll y de Arnaud Beltrame. Mireille era una mujer que encarnaba el valor de los franceses judíos ante la persecución genocida del nazismo y Arnaud representa, desde su muerte a manos de un yihadista, la máxima expresión del servidor público y los valores republicanos. Ambos asesinatos se produjeron con pocas horas de diferencia. Mireille Knoll, de 85 años de edad, sufrió once cuchilladas y luego fue quemada por un sospechoso del que testigos afirman que le oyeron gritar “Dios es grande” mientras la mataba. Arnaud Beltrame, de 45 años, teniente coronel de la gendarmería nacional francesa, fue degollado por el joven Raduane Lakdim, un seguidor del EI que asaltó un supermercado con una pistola, un cuchillo y tres bombas caseras. Lakdim mató a dos personas y tomó rehenes. Entonces, Beltrame se cambió por una de las secuestradas y el asaltante le cortó el cuello. El yihadista también murió en el posterior asalto al supermercado.
Estos dos crímenes no son el fruto de una trágica casualidad. Al contrario. El anti terrorismo de la UE ha comprobado otra vez que los mecanismos de propaganda del yihadismo funcionan con buen rendimiento, creando fanáticos que se animan a actuar con muy poco apoyo logístico. O sea, que atentan tras una corta planificación y con la ayuda de unos pocos amigos o familiares, fanatizados como ellos, que les facilitan los últimos pasos para su acción o que refuerzan sus creencias para insuflarles valor.
Se trata, por lo tanto, de extremistas muy difíciles de detectar pese a que, como sucede en estos últimos casos en Francia, tengan antecedentes por delitos comunes y relación conocida con interpretaciones del Corán claramente ultraconservadoras. Y, es que la delincuencia común no es una vacuna contra el terrorismo pues forma parte con gran frecuencia de la biografía de los yihadistas. Raduane Lakdin, el asesino del heroico gendarme, supone un caso paradigmático. Era conocido por la policía desde 2013, estuvo en prisión en 2016 por trapicheo con drogas y estaba incluido en el Fichero para la Prevención de la Radicalización Terrorista, una base de datos que cuenta ya con
La policía conoce a muchos intolerantes, pero no siempre sabe quién puede convertirse en un asesino
20.000 nombres. Entre ellos también figuran hooligans y militantes de la extrema derecha y la extrema izquierda. El fiscal de París, François Molins, explicó que desde 2014 los servicios de inteligencia sabían de las vinculaciones de Lakdin con el salafismo pero matizó que, “sin embargo, no se había detectado ninguna señal de advertencia que sugiriera que fuera a cometer un acto terrorista”.
En definitiva, un caso muy similar a otros que se han dado antes en Francia y que recuerda al de la célula de Ripoll que cometió el doble atentado de agosto en Barcelona y Cambrils. La policía y los servicios secretos conocen a muchos intolerantes, saben lo que son, pero no siempre llegan a saber quién está cruzando la línea de la libertad religiosa y la legalidad para dedicarse a matar. Sólo desde dentro del hermético grupo homicida fanatizado es posible conocer sus auténticas intenciones y esa es una tarea mucho más que difícil.
El caso francés, además de servir de advertencia al resto de la UE y países asociados, conduce hacia el perfeccionamiento de los mecanismos de detección temprana del radicalismo. En otras palabras, hacia la mejora de la colaboración informativa de seguridad con las comunidades locales que pueden estar en mejor posición para advertir en su entorno radicalizaciones súbitas y hacia la intensificación del intercambio de información entre todas las policías europeas sin excepción.