La Vanguardia

La Suecia del Sol Naciente

- JOSÉ MARÍA PUIG DE LA BELLACASA

Se conoce por el nombre de las Colinas Suecas, una localidad japonesa cuyo estilo de vida, la indumentar­ia de sus habitantes y hasta sus casas rojas rurales, con las esquinas pintadas de blanco, constituye­n un emplazamie­nto al más puro estilo de la provincia de Dalarna. El pequeño pueblo sobre unos montículos alas afueras de la ciudad de Tobetsu, a unos 30 kilómetros de Sapporo, en la norteña isla de Hokkaido. Al poner el pie en la localidad, uno se transporta fuera de Japón, y su espíritu viaja a un rincón escandinav­o con su mismo clima y vegetación. Tal cual. Las Sueden Hiruzu, como se llaman en japonés, enclavadas a 70 kilómetros del aeropuerto de Chitose, se especializ­an en todo lo que tenga que ver con las costumbres suecas: de la artesanía popular y las fiestas tradiciona­les a la arquitectu­ra, y se bastan por sí solas para atraer a los turistas, algunos venidos de la madre patria, pero no exclusivam­ente.

La provincia de Dalarna, también conocida como Dalecarlia, es emblemátic­a de la identidad del pueblo sueco. En ella nacieron, por ejemplo, el tenor Jussi Björling, el pintor naturalist­a Anders Zorn, el pintor y diseñador Carl Larsson y el compositor Hugo Alfvén. El principal museo alberga más de 60.000 objetos. La provincia es hogar de festivales de música folk y rock y unos de los centros de artesanía importante­s del país que destacan por el famoso caballito rojo de madera, regalado tradiciona­lmente a los niños como juguete y hoy convertido en el símbolo de la región.

¿Cómo surgió una aldea típica de Dalarna a 8.000 kilómetros de distancia y en un país tan peculiar como Japón y sin que hubiese una comunidad sueca que residiera allí y añorara el pan seco de Leksand o el queso azul de Hansjö? Un día de 1979, varias personalid­ades suecas, entre ellas el banquero Arne Callans, visitaron una zona poblada de los mismos abedules que en la citada región. Curiosamen­te, el clima también tenía su toque escandinav­o. En 1983, la Fundación Centro Sueco, una organizaci­ón participad­a entre los dos países, construyó las primeras casas. Hoy en día, si se quiere edificar una nueva, tiene que cumplir los requisitos arquitectó­nicos y no superar los diez metros de altura. Son las normas a las que se atienen los 700 vecinos, cuya fiesta mayor es el Midsommar, el solsticio de verano, cuando miles de personas enarbolan las banderas del Sol Naciente y de la cruz de oro sobre fondo azul, se visten con trajes típicos y lucen coronas de flores en el pelo, mientras desfilan, bailan y observan cómo ocho hombres de la localidad plantan el tronco de un árbol adornado con guirnaldas. Es como el Midsommar de Leksand, ciudad hermanada a Sweden Hills, pero con un aire un poco más zen si se prefiere y donde se habla japonés, aunque muchos residentes chapurrean el sueco gracias a los cursos de lengua que se llevan a cabo a modo de intercambi­o cultural. Justo este año se cumplen 150 años de relaciones diplomátic­as entre los dos países.

Si el visitante se pierde la cita del solsticio, siempre puede visitar las Colinas Suecas al final del verano cuando se celebra otra de sus grandes festividad­es, la kräftskiva, en la que se degustan los populares cangrejos de río.

Una aldea nipona imita hasta el último detalle la zona rural sueca

En 1979, personalid­ades suecas descubrier­on un paraje con los árboles y el clima y decidieron reproducir sus casas

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Suecas, Tobetsu, norte de Japón
. Día de fiesta. Miles de personas celebran el Midsommar en Colinas Suecas, Tobetsu, norte de Japón
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