La Vanguardia

Cuando el pasado vuelve

- Joaquín Luna

Horas más tarde –muy mal, periodista–, entendí las razones por las que dos desconocid­os –hombre y mujer– que se hallaban fumando en el cubículo de un bar de copas de Pamplona en la madrugada de ayer, terminaron con una discusión avinagrada cuyo tono incomodó a los otros cuatro fumadores presentes.

Él criticaba a la Guardia Civil y ella la defendía, con el agravante compartido de achispamie­nto etílico.

La tarde del sábado, mientras uno andaba de reencuentr­o con el colegio mayor –las Torres de Belagua, 50 años– y los viejos camaradas de ilusiones, miles de personas se manifestar­on en Pamplona para protestar por el inminente juicio de ocho jóvenes de Alsasua que agredieron a dos guardias civiles y sus parejas en un bar en el 2016. Tres de los imputados superan los 500 días en prisión preventiva.

A veces, y sin mover un dedo, el pasado te localiza y presenta factura. ¿Alsasua? Un compañero de facultad me invitó a pasar un día festivo para enseñarme su pueblo. Saludó a un amigo y hablaron de la actualidad. “No

Un hombre y una mujer que no se conocen inician una disputa avinagrada en un local de copas...

hay que matar a policías, hay que matar a los que los mandan”. Helaba su convicción y había muertos para todos (1977). ¿Cómo podía un ser humano llegar a aquel grado de odio?

El bar de copas de la disputa está frente a la plaza de toros de Pamplona, en cuyo ruedo, terminada la corrida del 8 de julio de 1978, andaba yo despistado a la espera del cortejo de las peñas y sus bandas. Irrumpió la policía nacional y un hombre, de paisano, empuñó una pistola y disparó contra los tendidos. Fue el pánico. Minutos más tarde moría un manifestan­te y en cuestión de horas ardió Pamplona y fueron suspendido­s los Sanfermine­s, hecho sin precedente­s desde la Guerra Civil. Meses antes, ETA había asesinado al jefe de la Policía Nacional. Venganzas y más venganzas.

Así discurría la transición en Pamplona, hoy tan espléndida y algo menos conservado­ra. La plaza del Castillo –siempre me hace pensar, vaya tontería, en el general Mola, uno de los cerebros del 18 de julio– con su quiosco musical y tres iconos que resisten la uniformida­d comercial de las antiguas “capitales de provincia”: el impagable quiosco Leoz –donde el sábado, como siempre, ya habían agotado La Vanguardia–, el decimonóni­co Café Iruña y el hotel La Perla, habitación 217, Ernest Hemingway.

La discusión avinagrada entre un hombre y una mujer que no se conocían en un local de copas animado fue un flashback. Hoy nadie pone muertos, sangre ni se arroga el derecho a joder la marrana –expresión muy navarra–. Hoy, de nuevo hoy, bendito hoy, estas discusione­s terminan pronto y uno, a diferencia de entonces, ya sabe qué pensar y se atreve a decir que las grandes causas que no llevan a ninguna parte son sólo una pérdida de tiempo y de vida. Ya veo en la Pamplona del 2018 de qué sirvieron.

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