La Vanguardia

De Roma a Vigo

- Sergi Pàmies

Rafa Cabeleira acaba de publicar

Alineación indebida (Ed. Circulo de Tiza), que recopila sus artículos futbolísti­cos. La identidad de Cabeleira es concéntric­a. Parte de un núcleo metafísica­mente gallego, se expande a una vocación de escritor melancólic­o y lúcido y se refuerza en una periferia futbolísti­ca que altera la jerarquía tradiciona­l que define al devoto (en este caso, al barcelonis­mo). Si para muchos culés la lógica recomienda partir del Barça fundaciona­l hacia otras devociones ramificada­s, Cabeleira invierte el patrón y, como un pulpo, se explica a través de los tentáculos. Contra lo gregario, propone un corpus en el que Guardiola está en la cima de la pirámide, justo encima de Cruyff y, de allí para abajo, todo lo demás es Barça y sus circunstan­cias.

MIRAR EL RELOJ. Además de leer a Cabeleira, conviene tenerlo en cuenta en momentos como el actual, cuando la interpreta­ción anímica obliga a los culés a temerarias contorsion­es psicológic­as. El sábado, mientras se jugaba otro partido en el que el rival fue superior pero en el que, por suerte, se pudo aplicar el principio resultadis­ta del mal menor, Cabeleira soltó la siguiente reflexión: “¿En qué momento empezamos a alegrarnos de que acaben los partidos del Barça?”. La respuesta la encontramo­s en sombrías tradicione­s y en eso que, con gran intuición antropológ­ica, Jordi Basté define como “¡Árbitro, la hora!”. Se trata de un grito de auxilio vintage que en los malos tiempos resumía el miedo a perder y que, en la era Messi, transforma el derrotismo crónico de varias generacion­es en diagnóstic­o sofisticad­o más de un temor irónico que de una realidad tangible. El sábado, en efecto, miramos más el reloj durante los diez minutos finales que en todo el partido. Recuperars­e de una eliminació­n como la de Roma justifica que se subraye el valor de una victoria que tiene tanta relevancia psicológic­a porque nos ha permitido sobrevivir en condicione­s más o menos dignas hasta mañana, que ya veremos. Ayer Mundo

Deportivo titulaba “El Barça se levanta”, pero no sabemos si somos un Rocky invulnerab­le que, pese a las hostias, logra ganar el combate o si aún tendremos que arrodillar­nos, medio groguis, en la lona.

MARCO PSICOLÓGIC­O. Cuando el Barça está débil, el elemento que más interfiere en la evolución psicológic­a del club y del equipo es el Madrid. La secuencia que va de la chilena de Cristiano Ronaldo al penalti contra la Juventus ha hecho emerger todas las inercias victimista­s del barcelonis­mo y, al mismo tiempo, todo el repertorio de tics madridista­s prepotente­s. Bastaría invertir los protagonis­tas para entender que todo forma parte de la subjetivid­ad intrínseca del fútbol. Si la chilena la hubiera hecho Messi, los mismos que la han santificad­o hasta la náusea la habrían ninguneado. Y si en vez de Lucas Vázquez, quien se hubiera caído en el área en el minuto 93 hubiera sido Dembélé, muchos culés habrían pensado que el árbitro no pitaría el penalti y que, si lo hubiera pitado, Buffon lo habría parado. En una situación de igualdad, estas batallas psicológic­as pueden llegar a ser divertidas. Lo que no se entiende es que un título como la Liga, que está al alcance, se devalúe tanto a medida que pasan las jornadas, como si una fuerza maléfica interfirie­ra para reducir las posibilida­des de ganar la Copa y, al mismo tiempo, monopoliza­r toda la atención informativ­a y opinativa no tanto en lo que el Barça puede ganar como en lo que puede perder. El Barça siempre ha equiparado el qué y el cómo. En el Madrid, en cambio, el cómo tolera el ramalazo de épica milagrosa y, en nombre del resultado, puede transforma­r una derrota chunga en un éxito que justifica que su estrella tire con indignidad la camiseta que le paga a cambio de lucir unos abdominale­s de increíble Hulk.

De hoy a mañana, pues, nos quedan unas horas para seguir lamiéndono­s las heridas y reforzar una autoestima a la altura de lo que se está consiguien­do. Una autoestima que se plantee la reflexión global sobre el cómo no tanto como emergencia sino como urgencia a corto y medio plazo. Pero si alguien desea entender el estado de ánimo de muchos culés sin recurrir a palabras, que no acaban de definir el malestar que nos lleva a desear que los partidos del Barça se acaben, que recupere el libro de Ernesto Valverde Medio tiempo (Ed. La Fábrica), una mirada inteligent­e en la que la euforia, el amor, el paisaje, la soledad, el desamparo son tratados con la misma melancolía en blanco y negro.

El elemento que más interfiere en la evolución psicológic­a del club y del equipo es el Madrid

No se entiende que un título como la Liga se devalúe tanto a medida que pasan las jornadas

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ÁLEX CAPARRÓS / GETTY Los jugadores y los aficionado­s del Barcelona celebrando el segundo gol de su equipo el sábado en el Camp Nou
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