De Roma a Vigo
Rafa Cabeleira acaba de publicar
Alineación indebida (Ed. Circulo de Tiza), que recopila sus artículos futbolísticos. La identidad de Cabeleira es concéntrica. Parte de un núcleo metafísicamente gallego, se expande a una vocación de escritor melancólico y lúcido y se refuerza en una periferia futbolística que altera la jerarquía tradicional que define al devoto (en este caso, al barcelonismo). Si para muchos culés la lógica recomienda partir del Barça fundacional hacia otras devociones ramificadas, Cabeleira invierte el patrón y, como un pulpo, se explica a través de los tentáculos. Contra lo gregario, propone un corpus en el que Guardiola está en la cima de la pirámide, justo encima de Cruyff y, de allí para abajo, todo lo demás es Barça y sus circunstancias.
MIRAR EL RELOJ. Además de leer a Cabeleira, conviene tenerlo en cuenta en momentos como el actual, cuando la interpretación anímica obliga a los culés a temerarias contorsiones psicológicas. El sábado, mientras se jugaba otro partido en el que el rival fue superior pero en el que, por suerte, se pudo aplicar el principio resultadista del mal menor, Cabeleira soltó la siguiente reflexión: “¿En qué momento empezamos a alegrarnos de que acaben los partidos del Barça?”. La respuesta la encontramos en sombrías tradiciones y en eso que, con gran intuición antropológica, Jordi Basté define como “¡Árbitro, la hora!”. Se trata de un grito de auxilio vintage que en los malos tiempos resumía el miedo a perder y que, en la era Messi, transforma el derrotismo crónico de varias generaciones en diagnóstico sofisticado más de un temor irónico que de una realidad tangible. El sábado, en efecto, miramos más el reloj durante los diez minutos finales que en todo el partido. Recuperarse de una eliminación como la de Roma justifica que se subraye el valor de una victoria que tiene tanta relevancia psicológica porque nos ha permitido sobrevivir en condiciones más o menos dignas hasta mañana, que ya veremos. Ayer Mundo
Deportivo titulaba “El Barça se levanta”, pero no sabemos si somos un Rocky invulnerable que, pese a las hostias, logra ganar el combate o si aún tendremos que arrodillarnos, medio groguis, en la lona.
MARCO PSICOLÓGICO. Cuando el Barça está débil, el elemento que más interfiere en la evolución psicológica del club y del equipo es el Madrid. La secuencia que va de la chilena de Cristiano Ronaldo al penalti contra la Juventus ha hecho emerger todas las inercias victimistas del barcelonismo y, al mismo tiempo, todo el repertorio de tics madridistas prepotentes. Bastaría invertir los protagonistas para entender que todo forma parte de la subjetividad intrínseca del fútbol. Si la chilena la hubiera hecho Messi, los mismos que la han santificado hasta la náusea la habrían ninguneado. Y si en vez de Lucas Vázquez, quien se hubiera caído en el área en el minuto 93 hubiera sido Dembélé, muchos culés habrían pensado que el árbitro no pitaría el penalti y que, si lo hubiera pitado, Buffon lo habría parado. En una situación de igualdad, estas batallas psicológicas pueden llegar a ser divertidas. Lo que no se entiende es que un título como la Liga, que está al alcance, se devalúe tanto a medida que pasan las jornadas, como si una fuerza maléfica interfiriera para reducir las posibilidades de ganar la Copa y, al mismo tiempo, monopolizar toda la atención informativa y opinativa no tanto en lo que el Barça puede ganar como en lo que puede perder. El Barça siempre ha equiparado el qué y el cómo. En el Madrid, en cambio, el cómo tolera el ramalazo de épica milagrosa y, en nombre del resultado, puede transformar una derrota chunga en un éxito que justifica que su estrella tire con indignidad la camiseta que le paga a cambio de lucir unos abdominales de increíble Hulk.
De hoy a mañana, pues, nos quedan unas horas para seguir lamiéndonos las heridas y reforzar una autoestima a la altura de lo que se está consiguiendo. Una autoestima que se plantee la reflexión global sobre el cómo no tanto como emergencia sino como urgencia a corto y medio plazo. Pero si alguien desea entender el estado de ánimo de muchos culés sin recurrir a palabras, que no acaban de definir el malestar que nos lleva a desear que los partidos del Barça se acaben, que recupere el libro de Ernesto Valverde Medio tiempo (Ed. La Fábrica), una mirada inteligente en la que la euforia, el amor, el paisaje, la soledad, el desamparo son tratados con la misma melancolía en blanco y negro.
El elemento que más interfiere en la evolución psicológica del club y del equipo es el Madrid
No se entiende que un título como la Liga se devalúe tanto a medida que pasan las jornadas