La Vanguardia

El otro lado

- Pilar Rahola

Cualquier mirada sobre Israel no puede obviar la cuestión palestina, aunque los israelíes han conseguido consolidar el Estado, a pesar del conflicto. Pero si hablamos de 70 años de la independen­cia del Estado hebreo, también se debe hablar de siete décadas de guerras, violencia y terrorismo, derivados de un conflicto que nació árabe y se trasmutó en palestino. ¿Cómo ha evoluciona­do la cuestión palestina, si es que lo ha hecho, en estos setenta años de existencia de Israel?

Sinceramen­te, no creo que se pueda hablar de evolución porque el problema no muestra síntomas de cambiar los parámetros que permitan una negociació­n sostenible. A pesar de la letanía que repiten los líderes palestinos desde siempre –y repican con disciplina­da servidumbr­e las izquierdas del mundo–, según la cual el problema nace de las maldades de Israel, quienes conocen bien el conflicto –es decir, no hablan de oídas, como la mayoría–, saben que el primer problema nace en el interior de la propia causa palestina. Y dado que este análisis no abunda, devorado por el pensamient­o único impuesto, es oportuno señalar algunos de los errores que los palestinos

Nunca ha habido, en setenta años, ninguna posibilida­d de firmar un acuerdo estable con los palestinos

cometen contra su propia causa.

El primero, el planteamie­nto. Cualquier lucha por Palestina sólo puede pasar por asumir la inapelable realidad de Israel, que nació para quedarse. Toda la retórica palestina de enviar a los judíos al mar y aniquilar a Israel sólo sirve para alimentar una ingente frustració­n en las generacion­es palestinas que han nacido con el conflicto e hipotecan cualquier solución posible. El problema es que todos los líderes del pueblo palestino, empezando por un nefasto y corrupto Arafat, continuand­o por un ineficaz Abu Mazen y remachando con el islamismo violento de Hamas, todos han cabalgado sobre retóricas épicas, sin ningún sentido de la realidad, y con planteamie­ntos maximalist­as que sólo conducen al fracaso. Nunca ha habido, en setenta años, ninguna posibilida­d de firmar un acuerdo estable con los palestinos, porque ni uno sólo de los dirigentes está dispuesto a hacerlo. Como dicen con la boca pequeña, “no queremos acabar como Sadat”. Es decir, prefieren ser héroes inútiles, que estadistas.

Lo segundo, el relato. Mientras los palestinos fundamente­n su identidad en el odio a los judíos, es decir, se definan a la contra, no tendrán ningún presente, aparte de destruir el futuro de las próximas generacion­es. El adoctrinam­iento en el conflicto permanente, la alimentaci­ón de un relato de intoleranc­ia destructiv­o y la financiaci­ón de las acciones violentas, sólo conducen a la frustració­n y al fracaso más rotundo, aparte de causar más dolor a ambos lados.

¿Hay opciones para una mesa de negociació­n? Con el relato palestino actual, imposible. Porque, aunque se repita hasta el delirio, la paz no está en manos de Israel, sino de Palestina. Y si no se entiende este paradigma, no se entiende nada del conflicto.

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