Ausencia de mediadores
Parece imposible que las sociedades hayan podido superar las pruebas que la brutalidad humana les ha infligido. Hemos visto muchas imágenes del sufrimiento de los sirios a lo largo de seis años en una guerra cuyo fin es todavía incierto. Se han intentado alcanzar acuerdos, se ha bombardeado y han muerto cientos de miles de sirios.
Los conflictos entre pueblos y naciones dejan huellas desgarradoras que ni el tiempo consigue borrar. Se convive con ellas porque son inevitables. Las atrocidades de los años noventa en los Balcanes pusieron fin a un equilibrio social y territorial que se mantenía con agujas imperdibles pero que garantizaba la convivencia aunque fuera por el miedo a las consecuencias de enfrentamientos de carácter étnico o religioso.
Las historias de los conflictos han convivido siempre con gestos de encuentros en la sombra de personas que trabajaban secretamente para poner de acuerdo las posiciones antagónicas. Llega un punto en el que los políticos que han protagonizado un enfrentamiento son incapaces de ceder en sus posiciones o dar la razón al adversario. Recurren a intermediarios.
La crisis de los misiles en Cuba de 1962 enfrentó a Kennedy y Jruschov hasta el punto que el mundo parecía entrar en un cataclismo nuclear inevitable. Un agente del KGB y un periodista alcoholizado de Washington se reunieron en un bar a las orillas del Potomac para detener la crisis. Sólo los hermanos Kennedy y el Kremlin sabían que se estaba negociando el destino del mundo en una taberna de un suburbio de la capital.
Siempre se llega a un pacto, un armisticio o una rendición. Lo ideal de la mediación es que se produzca antes de que los daños sean irreparables. Es lo que intentó Amadeu Hurtado entre los meses de mayo y octubre de 1934 para evitar
Todo se habría podido encauzar con un poco de inteligencia política y menos ardor mesiánico
que el contencioso entre la Generalitat y el Gobierno de España no acabara en una confrontación irreparable en medio de un clima político muy degradado. Lluís Companys no aceptó la mediación de Hurtado y acabó proclamando el Estado Catalán dentro de una República Federal Española. Él y su gobierno pasaron 18 meses en la cárcel hasta regresar indultados y triunfantes en marzo de 1936 con gran entusiasmo de cientos de miles de catalanes.
Más de ochenta años después, se ha repetido la historia en circunstancias muy distintas. Uno de los problemas, de entonces y ahora, es que entre el Gobierno central y la Generalitat de Catalunya no ha habido fuerzas intermedias y transversales trabajando para desactivar el conflicto.
Todavía se está a tiempo para que la confrontación no vaya a más y pueda encontrarse un acuerdo de mínimos que permita levantar el 155, formar gobierno y trabajar para que los políticos en prisión preventiva puedan salir de la cárcel hasta que se celebre el juicio. Al final habrá un indulto. Todo se habría podido evitar con un poco de inteligencia política y menos ardor mesiánico por ambas partes.