DO Iniesta
La sala de prensa de la Ciutat Esportiva tiene la estructura de un barracón posmoderno. La expectación que aquí se cuece recuerda la de una comparecencia del general Schwarzkopf para anunciar un inminente ataque sobre Bagdad. Los asistentes intentamos obedecer el protocolo del club sabiendo que hay más interés que espacio. Es la sala de prensa de las malas noticias: el auditorio del Camp Nou se reserva para homenajes y presentaciones. La mala noticia de hoy es el adiós de Andrés Iniesta, titular indiscutible que ha decidido marcharse antes de ser discutido, por respeto a sí mismo, a su club y a su afición. Detrás de esta afirmación se intuyen ecos contractuales e intereses que guardan un vínculo relativo con el fútbol. Quizás por eso, los prolegómenos del acto no son de gran tensión contenida. Sufrida como la moqueta, la historia digiere un adiós con estructura de fascículos y el espíritu orgullosamente humilde de su protagonista. Prueba de sonido: “Ioá-ssíi”. Al fondo, un bosque de trípodes y cámaras. En un lateral, radios. Sentados, prensa digital y de papel, y al otro lado, fotógrafos. El resto del espacio se reparte entre el staff, la directiva, la familia y el equipo (con la ausencia de Messi y Suárez y el retraso de Busquets y Dembélé). Entre los jugadores, tatuajes, nucas rapadas, tejanos deshilachados y, en el móvil de Paulinho, la foto de una ola muriendo sobre la arena.
Llega la familia del jugador, tres generaciones que van desde el ufano patriarca hasta la hija menor, que tiene el honor de desplazarse en Maxi-Cosi, y su hermana, que será la primera en llorar. Cuando Iniesta entra, empezamos a darnos cuenta de lo que está a punto de pasar. Él, también. Lleva una botella de Aquabona (indicada para dietas pobres en sodio) y, poco después de iniciar un parlamento no leído con un definitorio “Bueno, buenas tardes a todos”, se le rompe la voz e intenta domar sus emociones sin dejarse vencer ni por las lágrimas ni por la solemnidad. Consciente de que debe superar el aprieto solo, enseguida se instala en una velocidad de crucero que subraya la importancia del compromiso y la honestidad. Habla de ley de vida e insiste en que nunca se perdonaría una situación incómoda que manchara su trayectoria o perjudicara al club. En algún momento, resopla antes de admitir que el momento es complicado. Busca la complicidad de su mujer y sus hijas, que actúan con una naturalidad que suaviza la carga dramática del momento. Sus compañeros lo escuchan con los brazos cruzados, salvo Piqué, que, por servidumbres de anatomía, se espatarra en la silla en lugar de sentarse. La mirada de Carlos Naval actúa como un faro. Iniesta sabe que si naufraga, allí estará Naval para orientarlo. Valverde parece algo incómodo al ver que es el único que lleva pantalón corto.
Cuando llega el turno de preguntas, descubrimos que Iniesta no quiere –o no puede– decir dónde irá, que está lo bastante emocionado para necesitar un pañuelo y que no quiere olvidar a nadie a la hora de los agradecimientos. Cuando Jordi Grau, de TV3, le pregunta si el mítico Barça de Messi, Xavi, Piqué, Busquets, Puyol y Valdés ha pasado a la historia, Jordi Alba se da por aludido y dice: “¡Gracias!”. Ovación.
Sufrida como la moqueta, la actualidad digiere un adiós con estructura de fascículos
Cuando llega el turno de preguntas, descubrimos que Iniesta no quiere –o no puede– decir dónde irá
Cuando se marcha, y aunque deja la puerta abierta al futuro, la silueta de Iniesta recortada a contraluz del barracón es la viva imagen de la sencillez, del alivio y de una nueva vida que, tanto para él como para los culés, será diferente. Al resto de los aficionados al fútbol, les queda el consuelo de poder verlo en el Mundial. Y quien sabe si más adelante, triunfando como atracción de un club chino, convertido en fenómeno publicitario, anunciando, en perfecto mandarín, los vinos de Fuentealbilla.