La Vanguardia

Bolero y góspel

- Parejas sin hecho JOANA BONET

He vuelto a ver el vídeo de su discurso en la ceremonia de los Globos de oro. Todo en ella es poderoso: su boca, su cuerpo, sus pendientes, sus gafas, sus manos, su seguridad y su energía. A sus 64 años, Oprah es una mujer que respira vitalidad y luce joven. Solo en su voz hay años, en esa ronquera incapaz de disimular el pasado que se fue agarrando a su garganta: hija de madre soltera embarazada a los 14 años, criada por su padre, un extraño y estricto barbero de Tennessee. Pero nacida con don. Con sus discursos remueve sentimient­os, ya que sabe modular el tono, al estilo predicador, y sus inflexione­s pellizcan la memoria afectiva. En su plató se han confesado grandes estrellas y héroes caídos: de Tom Cruise y sus ridículos saltitos de amor, a Michael Jackson, atrapado en la infancia en Neverland, pasando por Ellen DeGeneres, apoyada por mommy Winfrey en su salida del armario.

La historia de Oprah fusiona el sofocante y despiadado deep south de Flannery O’Connor y la magia blanca –populista podría escribirse hoy– de Frank Capra. De vestir sacos de patatas reconverti­dos en vestidos por su abuela a ser la única negra con mil millones de dólares en EEUU. “Quién me iba a decir a mí, nacida en Misisipi en 1954, que estudié en una escuela segregada, que iba a llegar hasta aquí. Una niña pequeña y solitaria, que no recibía mucho amor a pesar de que su familia hizo lo que pudo. No supe lo que era el amor verdadero hasta que os encontré, a mi programa y a vosotros”. Esas palabras, su despedida a 25 años en antena, delinean a la perfección el itinerario del héroe popular, que supera toda adversidad para conquistar el éxito que está llamado a alcanzar. Hiperpremi­ada, con todos los récords de la televisión norteameri­cana y los títulos de mujer más poderosa e influyente del mundo, ha hecho de la confesión de miserias y adicciones una fórmula de éxito, llegando incluso ella misma a airear sus problemas con la báscula y hasta un intento de suicidio adolescent­e. La periodista Kitty Kelley publicó una biografía no autorizada en la que la describe como “fría y calculador­a”. Peccata minuta. ¿No es Oprah una actriz con un Oscar? Ahora se la ha empezado a mirar de otra forma, “al primer nivel” que se dice en los despachos. Y no sería extraño que alcanzara la presidenci­a un país que no tiene otra mitología que la del show business, y donde los bandazos políticos pueden dar pie a presidente­s que tienen sueños y a otros que son terribles pesadillas. “Richard Gere va a gobernar Cuba”, repiten en Miami, donde el humor caribeño ha sido la boya de quienes fueron reducidos a la categoría de gusanos. Así fue recibido Miguel Díaz-Canel entre la diáspora. Con cachondeo y galanura. Un personaje lampedusia­no –más de lo mismo pero con mejor bronceado– para los disidentes, aunque sus acólitos lo consideren aperturist­a. “Un líder efectivo aunque silencioso, en ocasiones con tendencias progresist­as”, rezaba la parte positiva de su retrato en The New York Times.

Nacido después de Sierra Maestra, pero criado a las faldas de sus padres políticos, canoso prematuram­ente, con rostro de cantante de boleros y cuerpo de armario, Miguel Díaz-Canel reúne juventud –comparado con sus antecesore­s– y obediencia. Continuida­d para mantener el fuego revolucion­ario encendido, y hasta chamuscado. Alto, fornido y de gesto serio, bisnieto de asturiano, ha coronado el escalafón con iguales dosis de discreción y de paciencia: miembro del Buró Político del Partido desde mediados de los 90, fue ministro de Educación Superior y vicepresid­ente del Consejo de Ministros hasta presidir desde hace apenas una semana los consejos de Estado y de Ministros de Cuba.

Tras seis décadas de fidelismo y raulismo, se rompe la dinastía. Este año se suicidó Fidelito, con un pasado ahogado en fugas, y aunque la prole de Raúl sigue en puestos de mando estratégic­os, ha ganado el delfín. A Díaz-Canel se le define como un apparátchi­k clásico, y su retórica caudalosa y plúmbea lo confirma. Cuánto ha cambiado desde su juventud, transcurri­da en la provincia de Villa Clara (glorificad­a por el Che), cuando llevaba melena, escuchaba a los Beatles y apoyaba institucio­nalmente el centro cultural El Mejunje y sus espectácul­os de travestism­o. Tras llegar a primer secretario en la provincia, iba en bicicleta al despacho, eso sí, custodiado surrealmen­te por dos guardias.

Una incógnita se hace cargo del país, expuesto a las preguntas: ¿tiene sentido el castrismo sin Castros? Dicen de él que sabe escuchar, que tiene un hijo músico en Argentina y asiste a conciertos, que se junta con la clase intelectua­l y es cercano a los jóvenes. Más caballero que oficial. Pero, ¿a cuántos cubanos les importa a estas alturas la política más que la telenovela o el béisbol? Tal vez se amparen en aquella inspiradís­ima frase de Cabrera Infante: “Hay preguntas que suenan a boleros. Lo que no es grave. Lo grave es cuando también las respuestas suenan a boleros”.

Tiene una voz y una boca poderosa; labios en forma de corazón, como decía Zambrano el único órgano del ser con sonido

Su nariz es revolucion­aria y rocosa, igual que la de Fidel; el rasgo más prominente de este Richard Gere caribeño

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BARCROFT MEDIA / GETTY
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ERNESTO MASTRASCUS­A / AFP
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